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Jenn Díaz

El lujo de jugar

¿Cuántas señoras escritoras descartaron presentar un original a un premio porque sus opciones eran irrisorias? ¿Cuántas mujeres firmaron con pseudónimo para que no se les reconociera su identidad? ¿Cuántas mujeres han quedado enterradas por la historia bajo anónimos, detrás de la firma de sus maridos o simplemente con manuscritos que no vieron la luz? ¿Cuántas mujeres han ganado premios literarios? ¿Cuántas han sido leídas sin prejuicios? ¿Cuántas no han disfrutado de su prestigio en vida? ¿Cuántas, a pesar de todo, quedaron fuera del canon? ¿Cuántas salen en los libros de texto? ¿O cuántas tienen una calle muy ancha, luminosa y central en sus ciudades?

Estas son solo algunas de las preguntas que, a lo largo de nuestra trayectoria dentro del mundo de las letras, nos hacemos algunas escritoras. Hay una pregunta más, que planteaba en los ochenta Montserrat Roig: ¿cuántas horas tendremos que dedicar a explicar por qué, siendo mujer, nos dedicamos a la literatura? De esta retahíla de interrogantes he separado los que afectan a la pregunta mágica que muchas mujeres tuvieron que responder a los señores de la época: ¿hijos o libros? Se ve que se tiene que elegir.

Muchas nos hemos hecho todas estas preguntas. Mi pregunta, ahora, es la siguiente: ¿cómo de alejado te tienes que sentir de todas estas inquietudes, cómo de ignorante tienes que ser, para obviar que aquello que para ti es un juego -qué gracia, cambio la identidad para seguir haciéndole monadas a las leyes del mercado- ha estado motivo de opresión de tantas escritoras a lo largo de los siglos?

Dejando de lado las valoraciones sobre los personajes femeninos escritos por hombres -diría más: dibujar personajes femeninos al gusto del patriarca, sean escritores o escritoras-, que tres señores se escondan detrás del pseudónimo de una escritora es un juego. Nos puede hacer más o menos gracia. A mí no me la hace, por supuesto. Ahora bien: es un juego al alcance de unos pocos. Quienes se pueden permitir el lujo de jugar. El resto: márketing.

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