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José Carlos Llop

La generosidad y el tenista

La semana pasada nombraron hijo predilecto de Sant Llorenç des Cardassar al tenista Rafel Nadal. Todos recordamos las imágenes de Nadal, hace tres años, limpiando durante días el fango de las calles, recogiendo basura, muebles y trastos, y haciendo lo que tantos naturales de Sant Llorenç hicieron después de la catástrofe. Su acción no nos extrañó: eran imágenes coherentes con la idea que tantos tenemos del tenista manacorí: una persona noble y limpia con un comportamiento heroico en la pista. Y si digo heroico lo hago en la misma acepción que la literatura clásica da al héroe, llámese Héctor o Ulises, pero no Aquiles que aunque en nuestra sociedad pase por héroe es un egocéntrico caprichoso e insoportable.

Este nombramiento de hijo predilecto tampoco nos extrañó y habla bien no sólo de Rafa Nadal, sino del consistorio de Sant Llorenç y su consideración y agradecimiento. Pero al día siguiente saltaba la noticia innecesaria, consistente en la cantidad de dinero que había donado Nadal al pueblo de Sant Llorenç tras el desastre. Como si una cosa fuera consecuencia de la otra: no había inocencia en ese dato y la culpa no era de Nadal. Como si su comportamiento tras la catástrofe no fuera suficiente para ser hijo predilecto. En Mallorca gusta mucho el dinero pero no se hablaba nunca de él en voz alta. Ésta era la costumbre antes; ahora ya lo dudo.

Además, la publicidad de la cantidad donada por Nadal encerraba el eco de los maliciosos comentarios de hace tres años sobre si el tenista cultivaba imagen con su conducta. Si nos remitimos a los hechos –y la lista, pública y privada, es larga– resulta evidente que no somos un pueblo generoso con los nuestros y que las excepciones molestan. Rápidamente hay que deslizar la sombra de la duda, no sea que alguien piense que éste o aquel es mejor que los demás. O que repentinamente descubramos que podríamos ser mejores de lo que somos, menuda fatalidad, y no.

Cuando Rafa Nadal fue propuesto para ser nombrado doctor honoris causa de la UIB, se levantó una corriente en contra dirigida desde dentro de la universidad hasta frustrar un proyecto que hubiera supuesto más honor para la propia universidad que para el honrado, además de un signo de civilización, fe en los logros extraordinarios de nuestros contemporáneos y reconocimiento de la pluralidad y universalidad de la sociedad mallorquina. Pero quiá. Rápidamente se puso en marcha la máquina de las insidias y la segadora de hierba bajo la persona que destaca cuando quienes manejan la máquina no lo consideran ‘uno de los nuestros’ o un simple a manejar para su causa.

Supongo que en la misma universidad debía de haber voces encontradas sobre el asunto, pero el rodillo lo impusieron aquellos que no querían que alguien como Nadal –que encima es del Real Madrid y representa internacionalmente a España, victoria tras victoria– fuera doctor honoris causa. Y nadie que opinara lo contrario al rodillo abrió entonces la boca públicamente, que es donde debe hacerse y no en despachos cerrados o bares. Nadie salvo la excepción que confirma la regla: sólo un artículo del mundo universitario, publicado en Diario de Mallorca en 2014, argumentó impecablemente a favor de ese doctorado poniendo en su sitio las razones y defectos de quienes lo negaron y sepultaron. Lo escribió el catedrático de la UIB Eduard Rigo con el título El caso Rafa Nadal o el valor de la diversidad en la inteligencia humana.

En Mallorca gusta mucho el dinero pero no se hablaba nunca de él en voz alta. Ésta era la costumbre antes; ahora ya lo dudo

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Cuando pienso en estas cosas –que han sucedido, suceden y sucederán– me acuerdo del gran Martí de Riquer al que la Catalunya cultural (y nacionalista) marginó durante décadas. Quiero decir que todo lo que hizo –e hizo mucho– fue por méritos propios, mientras la oficialidad cultural –la misma que tiene el poder y juega a la heterodoxia: siempre lo quiere todo– lo desterraba. Mientras, él investigaba y escribía sobre Catalunya medieval, sobre el Tirant Lo Blanc y sobre su propia estirpe secular como nadie más podía hacerlo. Por no hablar de sus estudios sobre El Quijote o La Chanson de Roland y ya paro, aunque haya mucho más. Fue un gran sabio y un hombre grande y generoso humana e intelectualmente, pero le reprochaban haber combatido en el lado de Franco (horrorizado por los asesinatos de sus amigos y de tantos religiosos en Catalunya al comenzar la Guerra civil) y no tuvieron en cuenta a los que salvó o contribuyó a restituir después en su sitio, pero en fin… (Por cierto, que durante toda la guerra –que hizo en el Tercio de Montserrat– llevó en el bolsillo la Commedia del Dante).

Pocos años antes de morir, una institución catalana de las que siempre le había negado el pan y la sal decidió ‘absolverlo’ y nombrarlo socio de honor o algo por el estilo. Martí de Riquer recibió a la junta directiva en su casa e hizo que les sirvieran unos whiskies y unas galletitas saladas. Los escuchó educadamente y cuando acabaron su exposición les dio las gracias y añadió: ‘massa tard’. Y tras estrecharles la mano sin efusividad, se retiró a sus aposentos particulares. Siempre, en la generosidad pública suele ser demasiado tarde y cuando ya no importa. Lo del ayuntamiento de Sant Llorenç es una excepción admirable.

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