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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

El abucheo a España

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante el desfile militar con motivo de la Fiesta Nacional de este 12 de octubre de 2021. David Castro

Los asistentes a un acto gritan con ferocidad poco creativa. Abuchean por tanto a España, protagonista de la fiesta. Su odio perfecto está sustentado por las redes, que permiten habitar una realidad virtual sin fisuras. Encarnan sus insultos en Pedro Sánchez, a quien culpan ahora de que haya catalanes y otros seres exóticos en el país. La intensidad del griterío sacude las imágenes, el recurso al tópico omite que es la protesta más combustible de los últimos tiempos. Un hermoso recordatorio a diez meses de distancia del asalto al Capitolio estadounidense, aunque la pereza hispana garantiza que se ahorrarán la molestia de rodear el Congreso.

El abuchómetro del martes es la mejor encuesta, mide la hostilidad al Gobierno con mayor precisión que el CIS desacreditado. Te cargas el templo de los sondeos y el pueblo se toma la estadística por su cuenta. Al igual que ocurre con los proyectiles artilleros, la violencia de los insultos les obliga a perder exactitud. Son tan poco certeros como tildar de «paleto» a Sánchez. Si un madrileño de Tetuán desciende al catetismo, el cosmopolitismo se ha puesto por las nubes, aparte de calcular el epíteto que los integristas reservan a los españoles periféricos.

La turba de ultraderecha incendia la Fiesta Nacional en un aquelarre contra España, sobresaliente Letizia al apoyar a Sánchez encontrando por una vez la diana adecuada para su concienzudo tono reprobatorio. Quien recibe aplausos también puede ser vituperado, con el aliciente de que los insultos le trasladan la futura composición de las cámaras, pero la hoguera viene atizada por ejemplares como Carmona, que recibirá medio millón anual de las eléctricas por militar en el PSOE, partido de los señoritos. Los invitados silban sin discriminar, si fueran demócratas advertirían que su podio del odio solo resulta intolerable porque la ceremonia coloca al Rey y su consorte un peldaño por encima del presidente elegido democráticamente. Y tampoco cuelan los aplausos compensatorios a Felipe VI, que no sobreviviría un día en La Zarzuela sin el sufrido apoyo socialista.

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