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Juan José Millas

Tierra de nadie | El giliauto

U n amigo mío llama a su coche el «autoimbécil» porque está de él hasta la coronilla. Lo odia cada vez que se mete en él y que se baja de él y cada vez que tiene que aparcarlo o desaparcarlo o llevarlo al taller o al túnel de lavado. A veces, cuando logra estacionarlo debajo mismo de su casa, le escupe desde el balcón. No se atreve a escupirle de frente porque cree que los faros de delante son ojos por los que el vehículo lo ve todo y luego se venga averiándose en la M-30. Tampoco por detrás porque por detrás también tiene sus ojos, más pequeños, pero no menos eficaces. Lo agrede, en fin, siempre desde el balcón porque cuando a los coches les das en la capota no saben de dónde les vienen los tiros. El otro día cené en su casa y tras el café dijo:

-Vamos a escupir al autoimbécil.

De modo que salimos a la terraza y le escupimos, yo con menos entusiasmo que él porque ni me iba ni me venía. Yo nunca he adorado a los coches, de modo que no he caído en el delirio de odiarlos. Para amar u odiar algo tienes que personalizarlo de algún modo, es decir, convertirlo en persona o en parte al menos de una persona. En mi juventud, los hombres identificaban su coche con su pene, de ahí los cuidados que les prodigaban. Algunos automóviles dormían envueltos en una especie de preservativo con cremallera que el usuario quitaba y ponía con mimo por la mañana y por la noche. Había pocos garajes entonces, no sé, o resultaban muy caros y dolía dejar al raso un artefacto tan querido. Sé de gente que se levantaba de madrugada y se asomaba a la ventana no para escupir al coche, sino para asegurarse de que continuaba en su sitio y de que no tenía fiebre.

¡Cómo cambian las cosas! Una máquina de la que se hacían poesías al principio del siglo XX es odiada por sus dueños (que han devenido sus esclavos) en los comienzos del XXI. El automóvil ya es el autoimbécil o el autotonto o el giliauto, todos los añadidos peyorativos le vienen bien, le cuadran. Pero él, que lo oye todo por los espejos retrovisores, se venga de nosotros gripándose o rayándose o con el precio del recibo del seguro. Yo llevo dos semanas sin hablarme con el mío.

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