El asunto del supuestamente sedicioso fugado Puigdemont daría para escribir mil paginas. En el ámbito judicial y del Derecho, sesudos juristas han plasmado todo lo que rodea este asunto. No osaría en este articulo realizar ni una mínima aportación al respecto. ¡Ah! el Derecho, esa ciencia por la cual se interpreta cualquier cosa de una manera o la contraria según proceda o quien la interprete. Sí, ya se que me dirán que la ley es la ley. Y estoy de acuerdo. Sin embargo, cuando en el año 2002, la Decisión Marco del Consejo de la Unión Europea creó la Orden Europea de Detención y Entrega, y el mandato de crear un espacio de libertad, seguridad y justicia que el Tratado de Amsterdam había encomendado a la Unión, tenía por objeto asegurar que el derecho a la libre circulación de los ciudadanos pudiera disfrutarse en condiciones de seguridad y justicia accesible a todos.

Se trataba, por tanto, de la creación de una verdadera comunidad de Derecho en la que se asegure la protección jurídica efectiva. Pero además, en ese contexto, los mecanismos tradicionales de cooperación judicial tenían que dejar paso a una nueva forma de entender las relaciones entre los sistemas jurídicos de los Estados miembros basada en la confianza. He aquí una de la cuestiones que ha fracasado estrepitosamente. Pero no la única, pues la Decisión Marco está repleta de grandes palabras como reciprocidad, agilidad, reconocimiento mutuo, piedra angular, etc.

El fugado Puigdemont fue detenido en su día en Alemania, y contemplándose en la legislación penal alemana los mismos delitos de rebelión y sedición, con distinta denominación, pero con idéntico espíritu jurídico de fondo, en este caso el Derecho tantas y tantas veces retorcido aquí y acullá no fue interpretado, realizando una lectura pusilánime y en la que el espíritu de la Decisión Marcó de esta Unión Europea ni fue unión ni fue europea. Ni la justicia alemana entregó al fugado Puigdemont y la justicia belga tampoco acogiendo a un sedicioso en sus brazos. Y ahora Italia, en esa misma línea, volvemos a marear la perdiz jurídica con la inmunidad o no inmunidad del sujeto que pretendió y pretende romper España, y mofándose de todo ello.

Todo esto es un verdadero esperpento, donde se evidencia que si nosotros mismos no nos respetamos, cómo nos van a respetar los demás. Si hemos indultado a los golpistas en una clara fractura de los requisitos que impone el indulto para que Sánchez permanezca en la Moncloa, con la excusa de una concordia inexistente, es lógico pensar que nuestros «amigos» europeos digan que entregar a Puigdemont es un viaje que no necesita alforjas. Ahora sí, mañana Europa nos pedirá que extraditemos a cualquier delincuente fugado y nosotros lo haremos sin interpretaciones ni dilaciones, sin pensar, ni ellos ni nosotros, que Puigdemont ha cometido uno de los mayores delitos, el de traición, tratando de romper una nación.

La pregunta del millón es que habrían hecho Alemania, Francia, Italia o Bélgica si un partido político y sus líderes hubieran querido fragmentar su nación. La gran paradoja es que en estas naciones esos partidos serían ilegales. Pues eso.