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Miqui Otero

Te llaman del Nobel

La semana del Premio Nobel de Literatura siempre es complicada. En cualquier momento podría entrar una llamada de número kilométrico y desconocido. Normalmente no hay que descolgar cuando eso sucede, pero durante unos días podemos exponernos a que sea el servicio técnico de la compañía telefónica o una encuesta sobre lavadoras. ¿Si a menudo el premiado no es mundialmente conocido, por qué no te podría tocar (aunque sea por error) a ti? Si, además, el número entrante empieza por 46, el prefijo sueco, podrías ser el afortunado. Puede que te llamen porque una vez robaste un ficus o una mesa Lack en Ikea, pero tendrás que arriesgarte.

Puedo imaginar a Murakami, el eterno candidato y la diana de mucha chanza, aislándose del mundanal ruido y saliendo a hacer footing durante cinco días seguidos con la discografía entera de los Beatles en los cascos. Es muy fácil no ganar el Nobel (¡eso lo podemos hacer todos!), pero no tanto perderlo cuando siempre estás en las quinielas. Sin embargo, si yo creyera que podría ganarlo no me fijaría en las casas de apuestas de candidatos. Lo que haría sería vigilar que Xavi Ayén, el periodista que más veces ha acertado, no rondara mi calle (se coló hasta en el apartamento de Vargas Llosa y ha entrevistado a galardonados en más ciudades de las que nombra la canción de Willy Fog, incluyendo a Pamuk en Estambul). Hoy mismo me ha llegado un paquete a casa y le he pedido al mensajero si se podía sacar la mascarilla y la gorra porque por un momento he pensado que era él. Ojo que me lo dan. Habrá que ensayar naturalidad la entrada en casa, como cuando Doris Lessing encajó la noticia con su hijo protegiéndola de la prensa con una alcachofa del mercado.

El Nobel, a pesar de su gigantesco prestigio, es el Eurovisión de los amantes de los libros. Hay una excitación previa muy lúdica y contagiosa. La reacción también es divertida: del curso hiperacelerado wikipédico cuando no gana alguien famoso a la celebración sincera cuando lo hace uno de los tuyos. Incluso el descubrimiento sin aspavientos de buenos libros. Y lo normal y sano: que te importe cuando se lo lleva alguien cuyos libros te importan a ti.

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