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Juan José Millas

Tierra de nadie | A lo mejor

En mi barrio hay un espacio deportivo en el que se desarrollan multitud de actividades, todas excelentes para la salud. Esta mañana me he acercado con la idea de apuntarme a pilates, pero me he apuntado a yoga por error, no sé si por error mío o de la persona que me ha atendido. El caso es que no he advertido el cambio hasta llegar a casa y me ha dado pereza volver para deshacer el embrollo. Luego, a lo largo del día, he decidido dejar las cosas como están: haré yoga, no sea que al mover una pieza de la realidad que ya ha encontrado su sitio, se muevan otras con resultados catastróficos. Estoy medio poseído por este tipo de supersticiones según las cuales las cosas suceden por algo, de modo que esta equivocación, a la larga, no solo podría resultar beneficiosa, sino que tal vez evite desgracias intolerables que podrían sucederme en clase de pilates. Nací para imaginar desastres y en una clase de pilates, si te pones a pensarlo, pueden sucederles cosas horribles a los músculos.

-Pero si ibas a matricularte en pilates -ha dicho mi mujer al ver el papel de la inscripción sobre la mesa.

-Estaban cubiertas todas las plazas -he mentido con sentimiento de culpa al notar que no me creía. Nunca me cree cuando la miento.

En realidad, he pensado más tarde, no soy supersticioso: me lo hago, me hago el supersticioso como me hago el hipocondríaco. ¿Por qué? Creo que por no decepcionar a mi familia, que está convencida de que soy ambas cosas. He contrariado desde niño muchos deseos propios por miedo a decepcionar, primero a mis padres, luego a mis profesores, más tarde a mis amigos, a mis novias… Si lo medito a fondo, he vivido para satisfacer a los demás, me he vaciado en los demás, he aplazado todos los deseos personales para una época mítica, que nunca llega, en la que por fin podré hacer lo que a mí me dé la gana.

Pues bien, tras decidir poner fin a esta situación injusta, he descolgado el teléfono y he llamado al espacio deportivo al objeto de cambiar el yoga por el pilates. Pero cuando he escuchado el «diga», he sido atacado por un movimiento de aprensión que me ha impedido hacerlo. A lo mejor sí soy un poco supersticioso.

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