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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

¿Quién es más guapa?

«¿Quién es más guapa? ¿Ella o yo?». Oigo esta frase en un trayecto de autobús. Él le dice que la otra chica tiene más seguidores y que por algo será

Vamos apelotonados en el bus. La mujer de al lado envía mensajes de WhatsApp, consulta su Instagram y retuitea chistes con una velocidad de infarto en sus pulgares. El chico de delante mueve su cabeza de lado a lado. Escucha reguetón, creo. Ya me he perdido y me confundo a la hora de diferenciar el reguetón del trap o del toasting, pero diría que esa manera de mover la cabeza es inconfundiblemente reguetonera. El hombre que está a su lado trata de descansar entre parada y parada y yo tengo la mejilla pegada al cristal porque hace un calor insoportable ahí dentro.

Oigo la pregunta. Alta y clara. «¿Quién crees que es más guapa? ¿Neus o yo?». Es una pareja de adolescentes que están sentados detrás. Él no contesta. Ella insiste. «Dímelo, por favor. Necesito saber si crees que ella es más guapa que yo». Tengo muchas ganas de darme la vuelta y de decirle que da igual. Que, probablemente, él no merezca esa desesperación. Que seguro que ella es preciosa y que Neus, también lo es. O que no lo es ninguna y que tampoco pasa nada, pero el chico de delante se pone a tararear unas estrofas de la canción y pierdo el hilo. Maldita competitividad e inseguridad y qué mal canta el compañero.

Creo que ser segundona no está nada mal. O tercera o cuarta, aunque esa lección se aprende a medida que te haces mayor. Cuando era pequeña, mi profesora de baile me apuntó a un concurso de poses de flamenco. Supongo que le caía mal, o tenía una confianza ciega en mis posibilidades, porque yo iba a clases de ballet clásico y el resultado fue que quedé, evidentemente, entre las últimas. Lo mismo me sucedió en la competición autonómica de gimnasia rítmica, de cuya clasificación prefiero no acordarme, o el día que los compañeros del colegio votaron a las chicas que debían subirse a la pasarela y lucir modelitos para recabar fondos para el viaje de estudios. No salí entre las elegidas y lloré un poco por ello. La pregunta de la chica me ha hecho rememorar estos fiascos y sentir empatía hacia esa inseguridad horrenda adolescente. El chico ha decidido manifestarse. Le cuenta que Neus tiene más seguidores en Instagram que ella y que por algo será. «Mira, mira», la invita a echarle un vistazo a su móvil. Trato de disimular buscando a alguien imaginario en los asientos traseros para ver cómo luce Neus en la red social. Mientras intento girar el cuello 180 grados, me pregunto qué habría sido de mí, o de mis amigas, si nuestro éxito y prestigio como personas, amigas, mujeres, estudiantes o deportistas hubieran dependido de si teníamos muchos «me gusta». Sé que es una pregunta de señorona y, también, tengo claro que hoy seríamos más inseguras. ¿Más? No, no es necesario.

La jovencita ha bajado del bus hace unos minutos y él se levanta y espera para hacerlo en la siguiente parada. Saca su teléfono, apunta hacia la mampara, se atusa el pelo, saca el dedo palabrota y su lengua a lo Rolling Stone y se hace una foto. Ay, chica, quizás lo mejor es que se vaya con Neus. Es muy probable que no te estés perdiendo gran cosa. Aunque eso también se aprende con la edad.

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