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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Europa y el tablero mundial

La pugna entre EE.UU. y China para hacerse con el control de la economía mundial ha alumbrado la alianza entre anglosajones denominada AUKUS, un acrónimo formado por las iniciales de Australia, UK y EE.UU. Aunque no se haya nombrado explícitamente a China, es obvio que esta alianza, completada con otra que suma a Japón y India, supone una fuerza envolvente para limitar la expansión China más allá del mar de su nombre. Europa ha asistido perpleja a ese movimiento de los anglosajones en lo que se ha interpretado como un paso más hacia la pérdida del Atlántico como eje de un Occidente líder político y económico del mundo. Se veía venir desde hace años la irrupción del Pacífico como nuevo espacio hegemónico. Las economías emergentes asiáticas sumadas a las de China y Japón, a las de la costa oeste de EE.UU. y Australia conforman ese espacio económico del Pacífico como nuevo centro del mundo. El único elemento discordante de ese espacio es el del Reino Unido, que, separado de Europa, está necesitado de acuerdos que le permitan evitar el aislamiento. Hasta ahora, la actitud de EE.UU. ha sido de solidaridad y buenas palabras; pero Joe Biden se ha resistido al establecimiento de un acuerdo comercial entre ambos países. Precisamente estos días el RU está sufriendo una de las consecuencias del Brexit, la escasez de conductores, que está provocando el desabastecimiento de gasolina.

La firma del AUKUS ha tenido como primera víctima propiciatoria a Francia, que ha visto cómo se anulaba el contrato para suministrar submarinos nucleares a Australia. La primera reacción, insólita, ha sido la retirada del embajador francés en EE.UU. Biden ha reaccionado hablando con Macron, reconociendo que debería haber informado del acuerdo en el Pacífico a sus aliados europeos. Lo que está en crisis es, precisamente, la Alianza Atlántica formada tras la segunda guerra mundial, en la que la defensa europea estaba encomendada a EE.UU., siendo ambos el centro económico mundial. Desde Trump ha sido una constante la exigencia americana de que los países europeos aumentaran hasta el 2% de su PIB sus gastos de defensa. EE.UU. dedica a defensa el 3,57% de su PIB, mientras que los países europeos dedican mucho menos porcentaje. Para hacerse una idea, Grecia gasta un 2,3%, un porcentaje elevado de su PIB por la tensión con Turquía; le siguen RU, Estonia y Polonia, estas dos últimas por su frontera con la Federación Rusa, Bielorusia y Ucrania. España dedica a defensa el 0,92% de su PIB, tras Luxemburgo y Bélgica. Macron ha llegado a decir que la OTAN está en situación de muerte cerebral. Hay que recordar que tras el 11S los europeos prestaron su solidaridad con EE.UU. en Oriente Medio y específicamente en Afganistán. Por mucho que hace apenas unos meses Biden anunciara su inquebrantable compromiso con la OTAN, el ejemplo de la retirada de Afganistán realizada por EE.UU. ha sido un duro golpe para los aliados europeos, que se han visto atrapados por la estrategia marcada en solitario por su aliado, en lo que ha sido una bochornosa evacuación occidental.

Así pues, el AUKUS plantea con toda crudeza a Europa un problema existencial. Si antes era un gigante económico y un enano militar, que podía sobrevivir gracias al paraguas estadounidense, el desplazamiento geoestratégico al Pacífico puede propiciar el declive económico, la inestabilidad política y la debilidad militar. No se puede olvidar que la Federación Rusa, dirigida autocráticamente por Putin, está volcada en la desestabilización de la Unión Europea. Se ha probado la intervención rusa en las elecciones americanas que ganó Trump y han salido a la luz algunos episodios desestabilizadores en Europa. Las últimas informaciones desveladas por el New York Times procedentes de la inteligencia europea hablan de los contactos de los rusos con el entorno de Puigdemont. La crisis catalana en España sería una de las operaciones rusas para desestabilizar Europa. Una UE dependiente del gas ruso y desunida políticamente, como se ha comprobado con la crisis inmigratoria y la deriva autoritaria de países como Hungría y Polonia, favorece la estrategia rusa de asegurar su frontera occidental a través de su influencia decisiva en Bielorrusia y el la Ucrania oriental. La UE se ha pronunciado, por medio de Borrell, a favor de un ejército europeo con capacidad de intervención inmediata en cualquier conflicto en el que la UE se vea involucrada. Hay que mantener dudas razonables sobre esta posibilidad. Es tanto como suponer que la UE sería capaz de llevar a cabo una política exterior común. La experiencia nos dice que en momentos de crisis cada país ha escogido un camino propio. Eso se ha visto con el proceso de la vacunación y con el fenómeno inmigratorio, donde algunos países han seguido un camino propio.

El otro problema es Alemania. Desaparecida Merkel, con sus aciertos y errores: la austeridad, la crisis de refugiados, los fondos europeos de la pandemia, la Grosse Koalition que ha dado estabilidad a Alemania durante diez y seis años, es necesario precisar que la locomotora alemana fue el resultado de una puesta a punto realizada por los socialistas y, específicamente, por un Schroeder que aprobó la agenda 2010 y la relanzó de forma imparable, después se convirtió en un asalariado de Putin. Tras las elecciones alemanas es probable que la cancillería pase a manos de Scholz y del SPD. Scholz es la reproducción socialdemócrata de Merkel, pero sus socios inevitables, como el FDP, anuncian posibles dificultades con España, Italia, Grecia y Portugal, el sur de Europa, quizá también con Francia. Aunque lo deseable sería que el binomio Alemania-Francia siguiera dirigiendo el ritmo europeo, es casi inevitable que el poderío económico alemán conduzca a ese país a un protagonismo internacional para el que posiblemente no esté aún concienciado ni comprometido. Los verdes, necesarios para la coalición, tienen una tradición que quizá no se avenga con el poder fuerte que exige la nueva realidad. Alemania debería replantearse sus relaciones económicas con China y reforzar la independencia económica (la pandemia la ha cuestionado) y militar europea. Sin este paso al frente de Alemania, Europa se dirigirá a la irrelevancia.

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