Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Mercè  Marrero

La suerte de besar | El miedo como animal de compañía

Convivimos con temores desde que somos pequeños. Creemos que los hemos superado y vuelven a aparecer. De diferente forma y con otra cara, pero miedos al fin y al cabo

Uno de los triunfos, por llamarlo de alguna manera, del judeocristianismo es la utilización del miedo como mecanismo de control. Convivimos con temores variopintos desde pequeños y la convivencia acaba siendo agotadora. Algunos crecimos bajo el yugo del pecado sobre nuestro cogote: mirar a un chico estaba mal, imaginar que te besaba ni te cuento y decir una mentira a tus padres te convertía en mala hija. Cuesta desprenderse de esta losa que se adhiere al ADN, en la que todo es blanco o negro, bueno o malo, celestial o infernal y para cuando crees que has logrado superarlo, el miedo golpea de nuevo con una de sus mil caras. Es sutil, pero es.

Un amigo me definió a un conocido como «alguien que no tiene miedo». La frase, que no tiene ningún misterio, me ha golpeado en mis noches insomnes y he hecho una lista de las características que convierten a esa persona en alguien más libre que la media de los mortales de mi entorno. Dice lo que piensa y hace lo que dice. No es ofensivo, pero sí contundente. Si algo no le parece correcto, no se anda con zarandajas. Se ha mudado de piso todas las veces que ha sido necesario hasta que ha dado con una casa a su medida, se ha separado de varias parejas y viaja con mochila y ligero de equipaje alrededor del mundo. No necesita comodidades ni lujos. No anda sobrado de dinero, pero no renuncia a placeres mundanos como cenar en un buen restaurante y beber un buen vino. Le importa poco la ropa que se pone o su aspecto. En verano va en pantalón corto y en invierno lleva bufanda. Necesita poco. Jamás le he oído preocuparse por una enfermedad y tampoco criticar a nadie. Es cierto, aparentemente, no tiene miedo y es cierto, aparentemente, es más libre.

Desde que leí que el aguacate es un súper alimento con poderes para salvarnos de casi todos los males, desayuno en mi café preferido una tostada con esa fruta. Mientras, leo en el periódico que los delitos de odio siguen creciendo, que un grupo de ultraderecha culpa a los inmigrantes del aumento de la delincuencia y que diferentes organizaciones alertan de la proliferación de mensajes que tratan de culpabilizar y de infundir miedo hacia los extranjeros, leo sobre las agresiones y vejaciones a las personas homosexuales y comprendo el pavor que algunos sienten al salir a la calle. Me llega la conversación de un grupo de amigas que están sentadas en la mesa de al lado. Es la misma que podría tener yo con mi pandilla. Una está harta de su trabajo, pero no se atreve a cambiar porque no sabe si encontrará algo mejor, otra quiere divorciarse, pero tener la hipoteca a medias le reprime y otra comenta que no dormirá hasta que le den los resultados de la revisión médica rutinaria. El miedo campa a sus anchas y limita nuestra vida.

Ese día conozco a la madre de mi amigo Tià. Una mujer guapa, sabia y de ojos azules. Le pido un consejo para la vida. «Nos preocupamos demasiado por las cosas y, al final, nunca son como las imaginamos. La mayoría de las veces son mejores». Confianza y vivir el momento. Dos buenos antídotos contra el miedo. Tomo nota.

Compartir el artículo

stats