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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Ni religión católica ni islámica, laicismo en los colegios públicos

Al consejero de Educación Martí March la mala conciencia le juega mala pasada diciendo que cumplen la ley, que no es su voluntad imponer la asignatura de religión islámica

El potente lobby católico, que siempre recurre a los tribunales cuando de lo que se trata es de avanzar en la laicidad de la enseñanza, se ha topado con indeseada compañera de cama: en Balears se impartirá la asignatura de religión islámica para el alumno que la demande, en igualdad de condiciones (sobre el papel) con la de religión católica. El consejero de Educación Martí March, en declaraciones a Diario de Mallorca, declara ser partidario de que la religión esté presente en el itinerario educativo, porque, precisa, vivimos en estado aconfesional, no laico. Por eso hay que tragarse que ciudadanos españoles o extranjeros con derechos de ciudadanía exijan para sus hijos la asignatura de religión islámica, judía, budista, hinduista o la de cualquier creencia con acólitos. Es elección voluntaria, pero no deja de ser anómalo que con el dinero público se tenga que pagar a profesores, que en el caso de la Iglesia católica son designados por ésta y remunerados por el Estado. Absurdo derivado del Concordato firmado con la Santa Sede en 1953, que legitimó la dictadura del general Franco; remedado solapadamente por Adolfo Suárez entre 1976 y 1979. Ningún gobierno desde entonces, incluidos los del PSOE, ha exhibido voluntad de hacer lo correcto: denunciar los acuerdos con el Vaticano dejando a cada cual sus creencias, sin que ello suponga (evitemos farisaicas rasgada de vestiduras) constreñir la actuación de las iglesias, de todas, sin excepciones. Se alegará que la Constitución establece que los poderes públicos mantendrán con todas las religiones, especialmente la católica, la cooperación precisa, pero el mandato constitucional no obliga a introducir la religión católica en la enseñanza, mucho menos a que compute en el currículo, como estampilló el PP, bordeando el nacional catolicismo, que tanto atrae a las derechas hispanas.

En eso estamos cuando lo que marca la ley es el arma de los islamistas para introducir su religión en los centros públicos. La derecha lo ha acogido no ya con reticencias sino con abierta hostilidad; la izquierda, en ejercicio de suprema estulticia, acreditada incapacidad de tan siquiera enunciar coherente defensa del laicismo, que es lo único que garantiza la exclusión del dogmatismo religioso que se deriva de impartir asignatura convertida en catequesis, sea católica o islámica. El disparate se completa cuando el consejero de Educación de Balears se descuelga con que es partidario de que la religión esté en el itinerario educativo argumentando lo del estado aconfesional, no laico.

Debería ser obligada la concurrencia de asignatura troncal de historia de las religiones, porque sin ellas no podemos comprender el mundo que hemos heredado. El hecho religioso impregna a todas, sin excepción, las sociedades del planeta, como lo hacen las revoluciones americana y francesa del siglo XVIII, sustento de la democracia liberal, única digna de llamarse democracia, y la posterior revolución comunista y su contraparte nazi-fascista. Estudiar el hecho religioso, la historia de las religiones, es fundamental, pero nada que ver con lo que sucede en España, donde no se imparte esa asignatura, sino que se intenta catequizar. Cómo no ha de ser así si el profesorado es competencia de los obispos. Abdicación del Estado.

Europa es continente de raíz cristiana. Quiso el papa polaco Wojtyla que en la Constitución europea, en su preámbulo, quedasen plasmadas las raíces cristianas. El asentado laicismo francés vetó con contundencia la pretensión vaticana. El PP andaba entusiasmado con la propuesta. Las herencias se manejan a beneficio de inventario. Asignaturas de religión que se impartan en colegios confesionales con su dinero, no el de todos. Los obispos pondrían el grito en el cielo.

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