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Miguel Vicents

Desigualdad y fanatismo

Con frecuencia encuentro en las reflexiones de algunos arquitectos razonamientos certeros sobre cualquier aspecto de la vida. Al fin y al cabo, han adquirido en su educación conocimientos que aúnan los saberes técnicos y científicos con los humanísticos, el pasado con el futuro. Y siempre con el ser humano como escala de todas las cosas. Todo lo contrario de las tendencias educativas actuales, cada vez más específicas y fragmentarias, menos diversas y universales. Pensé en ello la semana pasada al leer la entrevista al arquitecto Daniel Libeskind que publicó este diario con motivo de su visita al estudio Weil del Port d’Andratx, que él mismo diseñó hace ya casi veinte años. Libeskind, estadounidense de origen polaco, manifestó en la entrevista, contemplando el paisaje sobresaturado de construcciones del municipio mallorquín, que la isla necesita menos casas y más arquitectura, que es una forma elegante de señalar que el desarrollismo no legó nada a las generaciones posteriores más que la destrucción del paisaje, pero que incluso hoy y en la isla de los precios inalcanzables, solo aptos para millonarios, es posible construir vivienda pública asequible, sostenible y de calidad si existe voluntad política para ello.

Sin embargo, el autor de plan maestro para la zona cero de Nueva York, dejó una reflexión de más calado al ser cuestionado sobre cuál debería ser la respuesta al terrorismo, veinte años después de los atentados de las Torres Gemelas y tras los sucesos catastróficos de Afganistán. «La respuesta, la única respuesta -subrayó- es la democracia, con su bienestar y su cultura». A lo que habría que añadir y sin sus desigualdades internas, que son la puerta de entrada por la que se cuela el fanatismo que amenaza todas las conquistas.

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