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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Empatía, sororidad y resiliencia

El manoseo de conceptos bellos e importantes como forma de no pasar a la acción se está convirtiendo en una de las bellas artes de la política actual. Escudos blandos para problemas serios

Empatía, sororidad y resiliencia Ilustración: Elisa Martínez

La ministra de Transición Ecológica Teresa Ribera ha pedido «empatía social» a las eléctricas que han desaguado embalses sin necesidad, salvo la necesidad de que el recibo de la luz siga costando un ojo de la cara. La mujer desesperada del Gobierno de Pedro Sánchez se encomienda a los neoconceptos del bien común como yo me encomiendo al «tres por dos» del híper, pensando que va a servir de algo. Pero cuando miro la cuenta (ya no la pido en papel para colaborar en un futuro más sostenible) veo que otra vez he superado los dos dígitos, malditos ardides de la mercadotecnia.

Sostiene Ribera que la «empatía social» cotiza en bolsa, y los expertos en macroeconomía se han apresurado a apostillarle en las tertulias que efectivamente es así, y que los consumidores damos la espalda a las empresas que no se muestran ejemplares. Qué risa, deben estar temblando los ejecutivos millonarios que nos dan candela mientras nos sacan los higadillos por si les castigamos con el látigo de nuestra indiferencia.

Yo no sé nada de macroeconomía pero me apuesto el tercer pack (gratuito) de latas de atún a que ni Ribera ni los expertos saben cuánto han pagado este mes de electricidad. Yo he pagado diez euros más que el pasado, y eso que durante quince días no estuve en casa: misterios del tarifazo.

Los consumidores les damos la espalda a las eléctricas malvadas, que no sabemos distinguir de las empáticas, para que nos sigan apuñalando, y ellas elevan otro poco sus precios disparatados, aunque cada día salga un ministro a decir que vaya... otro récord. Los ministros sulfurados no sudan, será que alguien está apoquinando para el aire acondicionado, y nada de lo que proponen sirve para atemperar el sablazo: tocar el iva, ir a pedir árnica a Europa, cambiar la tarifa regulada, engrasar la junta de la trócola. La sensación de inoperancia que está dando este Gobierno con un tema sensible porque toca el bolsillo de todos no se arregla con llamamientos buenistas a que corporaciones sin cara ni ojos se pongan en los zapatos de una pringada como servidora, o como la de la tienda que mira las neveras y sufre un ataque de ansiedad.

Empatía, sororidad y resiliencia

Empatía, sororidad y resiliencia Ilustración: Elisa Martínez

Hace más de una década, la ministra de Trabajo Fátima Báñez pidió ayuda a la Virgen del Rocío para salir de la crisis, y asegura que funcionó. Sus colegas en Interior Jorge Fernández Díaz y Juan Ignacio Zoido condecoraron profusamente a Cristos y Vírgenes por proteger a los cuerpos de seguridad mejor que cualquier inversión en materiales y suministros. Los gobernantes de la izquierda confían en la santísima trinidad de la empatía, la sororidad y la resiliencia como sus antecesores invocaban la ayuda del más allá. No está demostrado que sirva ni una cosa ni la otra, pero quitan trabajo. Contra los desmanes del mercado, una pizca de empatía. Para acabar con la violencia machista, sororidad. Para ampliar aeropuertos y pagar los proyectos apolillados que dormían el sueño de los justos en un cajón, pues en su momento el negocio fue encargarlos, un chorreo de resiliencia y fondos europeos. Suena bien, aunque resulte inútil. Todo sirve antes de coger el toro por los cuernos y defender a los ciudadanos mediante una ley cuyo texto rezume mala leche, amenazas y odio hacia los que nos están robando con desfachatez. Una norma que no hable de empatía social, sino de pobreza energética. Un concepto que estuvo muy en boga, y que no ha desaparecido. Está enterrado bajo toneladas de palabrería kumbayá.

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