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Ana Bernal-Triviño

Sororidad y autocuidado

A raíz del caso de la gimnasta estadounidense Simone Biles, con todas las enormes diferencias que puede tener con nuestras propias vidas, creo que somos muchas las personas que hemos reflexionado sobre la salud mental y, llevado a nuestra escala, la necesidad de hacer pausas y de respetarse a una misma.

Este caso me ha llevado a tener muchas conversaciones con compañeras del movimiento feminista. Muchas que me confiesan estar agotadas entre sus temas personales, sus jornadas de trabajo y la dedicación al movimiento. Y, a la vez, he detectado dinámicas que no me gustan. Habrá quien las respalde, yo no. Y que no cuenten conmigo para hacerlo.

La sororidad, como decía Marcela Lagarde, siempre la entendí como la forma cómplice de actuar entre mujeres con un mismo propósito. Lo que no es normal es que, de un tiempo a esta parte, se use esta palabra como comodín para ejercer presión contra compañeras ante las propuestas que reciban.

Me escriben decenas de mensajes exigiendo «por sororidad» defender a mujeres solo por serlo. No, perdonen, esto no funciona así. Si esas mujeres no tienen el compromiso de la agenda feminista y vienen a atacarlo, no tengo que unirme a sus propósitos. Si una mujer me dice que quiere hacer algo que a mi juicio está mal no tengo que verme en la obligación de ser su cómplice y compañera. La sororidad dentro del movimiento tiene sentido si tenemos clara la agenda, los fines del feminismo y la meta, o de lo contrario es un concepto que queda bonito como literatura. La excusa de la sororidad no puede hacernos tragar con ruedas de molino.

Y luego, el culmen de todo, es que te lancen la presión de la «sororidad» para que accedas a conferencias, presentaciones, ayudas, redacción de capítulos de un libro o cualquier otro motivo relacionado con la causa. Le dices, con toda la amabilidad del mundo, que no puedes. Porque tienes tu trabajo, tienes otros eventos antes comprometidos... y a los minutos, cuando no aceptan la negativa, te encuentras teniendo que explicar tu vida personal al detalle y ni por esas empatizan contigo. A mí me han dejado de hablar un par de ‘compañeras’ por ese motivo.

Me comentaba una amiga que hace días declinó una conferencia por asuntos privados. La persona le insistió en que fuera. Ella volvió a declinar y la respuesta que tuvo fue la misma: la sororidad y que el compromiso feminista está por encima de una misma. Para rematar le echó en cara que había comprado su libro, como si eso fuera una patente de corso para tener que decir sí a toda propuesta que llegue. Al final, mi compañera se sintió mal, tuvo que explicar que cuida a unos padres dependientes, y aún así tampoco sirvió de nada. Y ahí se quedó ella, con un debate interno entre culpa y rabia, y con las dudas de si estaba siendo buena feminista o no.

Ya tenemos suficiente riesgo en nuestras vidas con el machismo como para que dentro del feminismo tengamos que ser mártires. La falta de empatía no puede cubrirse con la excusa de la sororidad. Agobiarnos y ponernos entre la espada y la pared no es nada feminista. No podemos tener el don de la ubicuidad y exigir. Y no podemos estar disponibles para todo 24 horas al día.

Usamos el feminismo en beneficio, también, de nuestra salud mental, para liberarnos de culpas, no para tener otras nuevas, sobrecargarnos y que nos genere ansiedad. A veces parece que por nuestro compromiso con el feminismo se nos obliga a atender a todo el mundo, cubriendo incluso la falta de medios públicos que no llegan a todas las víctimas, aunque eso lleve por delante descuidarnos. Yo he retrasado este año visitas médicas y revisiones durante siete meses porque decía sí a todo para evitar confrontaciones. Aprender a decir no es una de las cosas más difíciles, y el feminismo no puede usarse como obligación. Somos muchas, podemos darnos relevos y no pasa nada por hacer pausas.

El compromiso feminista tiene que empezar por nosotras mismas o vamos a estar perdidas. Decía Audre Lorde que «los cuidados hacia mí misma no son autoindulgencia, son autoconservación y son un acto de lucha política». A ver si en lugar de lanzar a compañeras el comodín de la sororidad cuando veamos que no pueden hacer algo, empaticemos y les digamos que el autocuidado es también un mandato feminista. Por aquello de llevar a la práctica lo que decimos en la teoría.

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