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Verónica Fumanal

Comunicación política talibán

Ilustración INGIMAGE

Han pasado veinte años desde que el 11S cambiara las relaciones de Estados Unidos con los llamados talibanes. Caían las Torres Gemelas en Nueva York ante la vista del mundo y Osama ben Laden se convertía en el enemigo público número uno de Occidente y todo lo demás, ustedes ya lo saben. Existen algunos estudios interesantes de cómo una secta anclada en el siglo VII consiguió adeptos y lobos solitarios en todo el mundo en pleno siglo XXI. Les recomiendo los estudios de Javier Lesaca y Manuel Torres Soriano, dos académicos que han analizado la comunicación llevada a cabo por el Estado Islámico y por sus grupúsculos terroristas. Pareciera todo un contrasentido, pero desde que hace unos días los talibanes tomaran Kabul y recuperaran Afganistán para su causa, la comunicación ha sido uno de los pilares de su estrategia política.

Internet es el canal fundamental de los talibanes. Lesaca, en un estudio de 2018, pudo contabilizar, en cuatro años, 1.500 vídeos en diversas plataformas y más de 15.000 campañas ‘online’. No encontrarán gobierno democrático con tanta propaganda. Además de las dramáticas ejecuciones a sangre fría, en aquel momento, también, se encontraban infinidad de vídeos grabados como al puro estilo ‘gamer’, con el único objetivo de atraer a jóvenes varones a su causa.

El contrasentido es evidente: estética de los infieles para acabar con ellos en una narrativa transmedia, que en palabras de propio Lesaca, buscaba la seducción. En estas narrativas, la guerra contra Occidente se convertía en un juego atractivo, excitante, de igual modo que lo podía ser cualquier videojuego para la Playstation. Y es que la comunicación política que desarrollaron en el Daesh se parece mucho más a la estética gamer que a la doctrina de la ‘sharia’.

Ejecuciones a sangre fría. Si la comunicación del reclutamiento estaba perfectamente diseñada y funcionaba, la comunicación institucional también estaba perfectamente definida, basada en el terror. Se popularizaron de una forma macabra ejecuciones a sangre fría que demostraban de lo que eran capaces los milicianos talibanes. El mundo occidental no quería sentirse aterrorizado por ataques terroristas masivos y, junto a otros intereses geopolíticos, se acordó la intervención en Afganistán. El objetivo: acabar con sus líderes y democratizarlo. Tras veinte años, el fracaso ha sido total, en palabras de los principales mandatarios internacionales. Ahora con el poder talibán de nuevo en Afganistán se saben observados por el mundo y su objetivo es claro: perpetuarse en el poder siendo reconocidos por la comunidad internacional.

La comunicación que los líderes talibanes han llevado a cabo estos primeros días muestra su voluntad de querer ser percibidos como moderados, que Occidente piense que en algunos aspectos no son aquellos cortacabezas terroristas de hace dos décadas. Son perfectamente conscientes de que el mundo los mira, y han diseñado una estrategia para dejar de ser los villanos occidentales. Y para ello, algunos ejemplos.

Mensajes conciliadores. En primer lugar, ofrecen ruedas de prensa con periodistas, incluidas mujeres, en las que el mensaje fundamental intenta ser positivo y conciliador, obviamente con una orientación religiosa ultra, pero asegurando que no habrá represalias, ofreciendo una amnistía general. Es reseñable su especial mención hacia el estatus de las mujeres, sobre las que aseguran que podrán ejercer profesiones y ser miembros activos de la comunidad. Estas palabras intentan esconder que muchas escuelas de mujeres ya han sido cerradas y que sus leyes reducen a la mujer a un ser sin derechos.

En segundo lugar, están controlando las imágenes que el mundo ve y que no ve. Permiten a la prensa internacional captar imágenes y enviarlas al mundo, instantáneas en las que no se ejerce violencia explícita, aunque sabemos que la hay, como el asesinato de la familia de un periodista afgano de la cadena de televisión Deutsche Welle. No quieren que el mundo los vea matar, apedrear, en lo que parece un viraje de la tradicional narrativa terrorista. Su objetivo es mostrar al mundo una imagen más amable, institucional, incluso con espacio para situaciones amables, como aquella en el gimnasio del palacio presidencial, comiendo helados o en los coches de choque. Porque lo que pretenden es ser tomados por un régimen incómodo, pero aceptable.

Sin violencia excesiva. En tercer lugar, tomaron el poder en Kabul de una forma rápida, sin violencia excesiva, ante el fracaso occidental, relato que no está siendo utilizado por los talibanes en su comunicación externa. Posiblemente sí en la interna: los buenos siempre ganan y ellos están en el lado bueno de la historia, a ver si creen ustedes que este tipo de relatos prototípicos solo los utilizan nuestros políticos. En resumen, no quieren humillar a los occidentales para que les permitan operar sin muchas restricciones, asumiéndolos como una dictadura más.

Quien considere que estos pasos en comunicación no están absolutamente planificados es que no conoce la orientación comunicativa que siempre han tenido los talibanes, como Lesaca o Torres explican en sus escritos. Son una secta que basa sus creencias en un contexto social de la Edad Media, pero tienen claro que su supervivencia depende de tener una comunicación del sigloXXI, con entrevistas internacionales y ruedas de prensa en las que también se permita preguntar a mujeres.

Que no nos engañen: los cambios narrativos son un capítulo más de propaganda, la que hace cualquier institución con poder y voluntad de mantenerlo. Es pronto para saber cómo evolucionará el conflicto, pero las primeras palabras y acciones de la comunidad internacional muestran que la estrategia talibán está funcionando: se ha asumido que han tomado el poder y ya son dignos, si no de reconocimiento, sí de diálogo, que es una forma suave de hacerlo.

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