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Ramón Aguiló

Escrito sin red | Afganistán, otro fracaso de Occidente

Es en agosto, el martes, en plena ola de calor, cuando se ha consumado la ofensiva talibán conquistando Kabul. Las imágenes ofrecidas por la televisión de multitud de afganos intentando escapar del país nos retrotraen inevitablemente a la caída de Saigón y a los intentos desesperados de huida en helicóptero desde la azotea de la embajada norteamericana el 30 de abril de 1975, siendo presidente Gerald Ford. Aquella derrota, la primera y la más espectacular de EE.UU. significó el inicio de una etapa de recomposición política tras una década de graves divisiones internas por su presencia en Vietnam. También el inicio del repliegue de la mayor potencia económica y militar hacia su otra alma: la del aislamiento. Tan sólo se permitió intervenciones puntuales directas, como en Somalia en 1993, de donde salió maltrecha, o mediante la financiación de grupos armados como La Contra, para derribar la revolución nicaragüense, con el dinero de la venta de armas a su archienemigo, el Irán de los mulás, 47 millones de dólares. Otra muestra de intervención en plena ofensiva de guerra fría contra la URSS durante los años ochenta del siglo pasado fue precisamente la financiación y la dotación armamentística a sus enemigos mortales de hoy, los talibanes. El repliegue se dio por terminado con los atentados del 11S que sirvieron como pretexto a Bush y a la nueva derecha estadounidense para la invasión de Afganistán, cuyo gobierno talibán se negó a entregar a EE.UU. a Osama Bin Laden, líder de Al Qaeda. A la invasión de Afganistán le seguiría la de Irak al frente de una coalición internacional liderada por EE.UU. El objetivo era la derrota del terrorismo internacional y el establecimiento de la democracia liberal en las autocracias enemigas que limitaban a este y oeste con el gran adversario de EE.UU.: la dictadura iraní. Esa estrategia, en la que colaboró no sólo Occidente, también la República de Arabia Saudita, se ha saldado con un enorme fracaso; no solamente de EE.UU., sino de todo Occidente, en especial de Europa, que se ve a un paso de sufrir una avalancha de refugiados parecida a la que ocasionó la guerra de Siria.

Las imágenes de cientos de afganos intentando subirse al fuselaje de un avión de transporte estadounidense en plena maniobra de despegue, para huir del país, ilustran a la perfección el estado de desesperación ante la victoria talibán. La de los cuerpos cayendo al vacío desde centenares de metros resumen el horror y el estado de pánico de una ciudadanía que tan solo ha podido ejercer sus libertades en el corto lapso de tiempo de veinte años. Pero tan brutales acontecimientos vienen precedidos por la incompetencia, la corrupción y la cobardía del gobierno afgano para liderar la lucha contra los talibanes; así como la de su ejército, incapaz de hacer frente a los 70.000 talibanes que se han hecho con el país. Pero también hay responsabilidades graves de los propios EE.UU. En primer lugar, descontados Bush y Obama, de Trump, que, en sus negociaciones con los talibanes, pactando la retirada de las fuerzas americanas, que posibilitaron la puesta en libertad del ahora líder talibán, fue incapaz de acordar los términos en los que se desarrollaría esa retirada. Pero también de Joe Biden. La inteligencia americana, la CIA ha salido igualmente malparada del trance. Lo cual es una tragedia. Tampoco supieron prever en 1975 el colapso de Vietnam del Sur y el avance de las fuerzas norvietnamitas y del Vietcong sobre Saigón. La CIA había previsto el asedio para 1976. Ahora preveían el avance talibán para dentro de unos meses. La exculpación de Biden está justificada cuando argumenta la nula disposición a asumir bajas de soldados norteamericanos cuando el gobierno afgano y su ejército han demostrado su nula voluntad de hacer frente a las fuerzas talibanes. Tras la conquista de unas pocas capitales de provincia en el norte y Kandahar se preveían meses de combate. Nada, en una semana los talibanes se han hecho con Kabul. Pero cuando pudo contemplarse el caos del aeropuerto y el horror del pánico de la muchedumbre, ninguna mirada puede dejar de dirigirse a Biden responsabilizándole de una ignominiosa retirada; una retirada humillante para EE.UU. y también para sus aliados europeos, nosotros también.

La pregunta obvia es para qué han servido los más de un billón de euros invertidos en Afganistán. Para qué las bajas estadounidenses: 2.500 muertos y 20.000 heridos; las británicas: 450 muertos; las españolas: 102 muertes; para qué las 60.000 bajas de las fuerzas de seguridad afganas; para qué las 120.000 de civiles. Hay optimistas que aseguran que la sociedad afgana ha cambiado a lo largo de los veinte años de ocupación. Pero son pocas si las comparamos con las que apuntan a un retroceso impulsado por la aplicación de la ley islámica, como se han cuidado de anunciar los talibanes en su primera rueda de prensa. Han enviado mensajes tranquilizadores, como el respeto a la independencia de la prensa, la amnistía a los miembros del ejército afgano (quizá sea la explicación a la inapetencia por la lucha), el respeto a las normas internacionales y el respeto a los derechos de las mujeres (sic) (dentro de una ley islámica que no se los reconoce). Sobran motivos para desconfiar de ellos. Como en toda conducta humana, la del pasado es la que predice la del futuro.

Los hechos parecen confirmar la derrota de EE.UU. y de Occidente en la medida en que su sistema político, la democracia liberal, está ligada a la herencia de la Ilustración y a los derechos individuales, que son su conquista más revolucionaria. El liberalismo quedará circunscrito a Occidente, ajeno a las tradiciones autoritarias de Oriente, sean las dictaduras islámicas, crueles como la de Arabia Saudita, que no duda en asesinar a sus disidentes, como el asesinato del periodista Kashogui, bien vistas por un cínico Occidente, por la salvaguardia del petróleo, sea por la dictadura china, inscrita en la tradición conservadora confuciana. Fuera de esto, sólo queda el modelo iliberal y autoritario ruso, una increíble e inmensa democracia como la de la India y los pecios oscuros y tenebrosos de una ideología totalitaria que brilló con inmenso poder de seducción durante el siglo XX: Cuba, Corea del Norte, Nicaragua… Nos aguardan viejos conocidos: la inestabilidad, el desorden, quizá la guerra.

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