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Ánxel Vence

Crónicas galantes | Un Gobierno en misa y repicando

La carestía de la luz iban a resolverla en dos patadas y con un decreto algunos de los que hoy ejercen el Gobierno en España. Ahora que por fin pueden hacerlo, se ven impotentes para poner freno al recibo, que se está disparando hasta cotas rara vez alcanzadas antes. La realidad no para de incordiar a los gobernantes.

La parte mayoritaria del Consejo de ministros admite que el problema no se puede resolver de un día para otro. La parte contratante de la segunda parte, sin embargo, insiste en que el asunto tiene fácil solución; y, para empezar, amaga ya la convocatoria de unas cuantas manifestaciones en la calle. Es lo que antiguamente se conocía como estar en misa (o en el Gobierno) y a la vez repicando las campanas.

Echarse a la calle para intimidar al recibo de la luz es algo así como manifestarse a favor de un mayor número días de sol en el norte de la Península, injustamente preterido en el reparto de rayos solares. No parece que las eléctricas vayan a conmoverse gran cosa por esta especie de rogativas laicas, aunque nunca se sabe.

Tal vez suceda que la entraña del populismo, tan ajustadamente representado por Podemos, consiste en ofrecer soluciones simples -cuando no simplistas- para problemas complejos. Es una oferta irresistible para muchos votantes, si bien presenta el inconveniente de que sus promotores puedan llegar alguna vez al poder.

Si cualquier asunto económico exige el asesoramiento de catedráticos, expertos y hasta premios Nobel para afrontarlo, el de las tarifas eléctricas ya requiere del consejo de los teólogos. Nadie ignora que el de la luz es un misterio desde que el Altísimo decidió darle al interruptor. «Dijo Dios: sea la luz; y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena; y separó la luz de las tinieblas». Lo dicen las crónicas bíblicas del Génesis y a ellas hay que remitirse.

Nadie pensaba en cobrarla durante aquellos años aurorales del Universo, como es natural. Aún habrían de pasar muchísimas lunas para que naciesen las compañías eléctricas y le pusieran precio de mercado al fluido que sale del enchufe.

El misterio consiste ahora en averiguar a qué conceptos responde la factura de la luz, en la que solo una parte menor es el gasto de kilovatios propiamente dicho. El resto son peajes, pagos por CO2, compensaciones medioambientales, impuestos y todo por ahí. Demasiada complicación para unos gobernantes que, cuando solo aspiraban a serlo, creían aún en las virtudes mágicas y hasta teológicas de un decreto en el Boletín Oficial del Estado.

Ahora que se ven en la necesidad de descifrar la teología de los mercados, los dirigentes gubernamentales de la parte contratante de la segunda parte observan, desolados, que el BOE no basta para bajar de un plumazo los precios de la luz. Hay que hilar muy fino en un negocio donde, por lógica, abundan los enchufes de expresidentes y exministros de partidos muy diversos. El riesgo de calambrazo es, además, muy alto, dada la profusión de cables típica de tal industria.

Solo así se explica que su primera y acaso única reacción a la crecida de tarifas sea la de sacar a los manifestantes a la calle como si se tratase de una de aquellas viejas procesiones para impetrar la lluvia en tiempos de sequía. Algo de litúrgico tiene, desde luego, eso de estar mandando en el Gobierno y repicando en la manifestación.

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