Sé la fecha de la primera campaña feminista mundial de apoyo y presión política. Fue en 1996, cuando Kabul cayó por primera vez en manos de talibanes. Miles de afganas huyeron hacia los campos de refugiados de Pakistán y, desde allí y vía internet, la lanzaron.

Su SOS fue recogido por las organizaciones feministas australianas, las americanas se sumaron, saltó al Atlántico, llegó a Europa, y en España tres meses más tarde ya estábamos en plena campaña global. La consigna era muy clara, denunciar las buenas palabras de los diferentes gobiernos a favor de los derechos humanos mientras sopesaban los beneficios de reconocer y legitimar al régimen talibán. Necesitábamos evitar que dicho régimen fuera reconocido por la comunidad internacional. Y había muchas presiones, fundamentalmente económicas, para que los aceptaran en la ONU y demás organizaciones.

Las feministas madrileñas «hicimos un máster» en intereses internacionales y denunciamos lo que nos explicaban las compañeras afganas. Por ejemplo, que, en aviones fletados por la ONU, supuestamente humanitarios, también viajaban, gratis, ejecutivos de las industrias multinacionales energéticas, porque el gas y el petróleo comprado barato en las exrepúblicas soviéticas debía atravesar Afganistán en grandes oleoductos en su camino hacia la India, un país con creciente demanda energética, significando ganancias de miles de millones de dólares. Sin olvidar los enormes campos de cultivo de opio afgano, muy importantes para la economía mundial sumergida. ¿De qué valían los derechos humanos ante estos ingentes intereses económicos?

El horror del régimen talibán era tan tremendo que entre feministas y ONG humanitarias conseguimos que las afganas no fueran sacrificadas a esos intereses, se impidió el reconocimiento del régimen talibán y se mantuvo estos años un frágil e insuficiente proceso democrático que ha dado a la población un pequeño balón de oxígeno.

Veinte años más tarde nos encontramos en la casilla de salida. De nuevo hay buenas palabras, pero ¿cómo no dudar, si en esa parte del mundo hay regímenes con leyes tan lesivas para sus mujeres como Arabia Saudí, tan amiga de España, Irán o Emiratos, plenamente reconocidos a nivel internacional? Su petróleo y gas acallan bocas de todos los gobiernos, empezando por el nuestro. Nos parecen sonrojantes algunas de sus iniciativas porque, ante la magnitud del peligro para millones de afganas, ¿cómo podríamos definir de otra manera la oferta que hacen algunas Comunidades autónomas, entre ellas la nuestra, de acoger 25 o 50 mujeres y niñas? Los gobiernos occidentales declaran que su prioridad será para ellas, las más amenazadas por los talibán, pero las imágenes que vemos muestran que en los pocos aviones que han salido hay un porcentaje abrumador de hombres.

Como dijo el presidente Biden en un ataque de sinceridad que los demás disimulan «la misión de EEUU en Afganistán nunca fue crear una democracia unificada y centralizada, sino evitar los ataques terroristas contra suelo estadounidense». Por eso, se centraron en apoyar al ejército afgano y a dar ingentes cantidades de dólares a los señores de la guerra. Y todos lo sabían. Por esto y muchos más motivos, no nos creemos el humanitarismo de los gobiernos occidentales.

Desde el feminismo se reclama: Obligar a los talibán a mantener abiertas las fronteras y pasillos humanitarios; la repatriación del mayor número posible de afganos y especialmente afganas en peligro, hayan estado o no al servicio de Estados o instituciones; acoger a los refugiados y refugiadas de Afganistán, colaborando en su caso a aliviar la presión que un éxodo masivo podría suponer sobre los países limítrofes. (Esto último será un reto para las poblaciones europeas, porque está por ver si acogerían de buen grado a las personas que las hacen estremecer al verlas en la tele).

Por esto estamos movilizándonos de nuevo en todo el mundo. En Mallorca, las feministas hacemos un llamamiento a toda la ciudadanía a concentrarnos este viernes a las 20h, en Palma (Plaza. España) y Manacor (Plaza Sa Bassa). Como en 1996, ni entonces ni ahora dejaremos solas a nuestras hermanas afganas. Necesitan de nuestra sororidad, apoyo y presión hacia nuestros gobiernos.