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Norberto Alcover

En aquel tiempo | Quietud: Nombres e imágenes

Días en la ciudad. Calor sofocante y sueño dominante. Reviso prensa plural, nacional y extranjera. Quedo abrumado y casi desaparece la pretendida quietud, que tanto necesito. Los que llamamos días de descanso aparecen como días de fuego y lágrimas, y de forma impenitente. Pero recuerdo que los agostos suelen ser meses marcados a fuego por desconcertantes nombres e imágenes, que ahora mismo deseo resumir para los lectores. Para nada privan a Portocolom y a Valldemossa de su encanto pretérito, pero nos obligan a parar el carro del gozo y a meditar sobre las contradicciones de esta vida nuestra. Sin perder la quietud.

Comenzamos a caer en la cuenta del alcance de la ley educativa de Isabel Celaá, desaparecida tras dar a luz una criatura educativa de naturaleza sistémica. Instrumento para el cambio de sociedad pretendido por el Presidente. Ahora descubrimos su intento de crear pequeñas criaturas que respondan a intereses colaterales, siempre con detrimento del conocimiento en cuanto tal, pero también de las Humanidades. Niños y niñas necesitan ser educados en el amor a las letras, en el valor de la comunicación, en la apertura a las artes, en referentes humanos sustanciales, pero jamás en interpretaciones intencionadas que preparen para ideologizaciones posteriores. Y dejar que sus maestros y maestras tengan margen de creatividad desde la praxis de una inteligencia emocional fresca y libre. Ayudarles a establecer vínculos de relación positiva con la realidad. En su rincón, Isabel Celaá sonríe. Quietud.

La imagen de Simone Biles baila en mi memoria sin poder evitarlo tras su aparatosa derrota, el reconocimiento de una salud mental troceada y desquiciada por entrenamientos crueles e inhumanos. Imágenes y palabras que se convierten en ola informativa y nos obligan a repensar qué estamos haciendo con nuestros deportistas de élite. Adolescencias rotas en un silencio culpable porque los adultos amenazaban con exclusiones humillantes. Son diferentes abusos de menores que pueden también, alcanzar también zonas íntimas siempre en silencio, siempre bajo amenazas. Pero Simone ha abierto la caja de los truenos, tras habernos dejado «ver» hasta qué punto era frágil. Cuál era el precio que pagaba por los oros olímpicos. Me quito el gorro. Quietud.

Muere Toni Catalá, compañero jesuita de 71 años tras un infarto fulminante. Uno de los mejores acompañantes en la experiencia de los Ejercicios ignacianos, cristólogo eminente, socarrón como buen valenciano, siempre cercano y amable. Son golpes en la línea de flotación de una Iglesia necesitada de referentes en una trascendencia inmanente, tal era Toni Catalá. Agosto oculta la muerte en la medida que puede, como sucede también con los sucesivos fallecidos por obra del Covid, que forman parte de «la nueva normalidad», tan agrietada ella. Nos veremos, Toni. Quietud.

Grecia y Turquía incendiadas, con ramalazos mediterráneos en cada una. Sube misteriosamente la luz y suben las llamas hacia el cielo gris que oculta maravillas del pasado. Belleza destruida e historia asesinada, mientras el hombre hace gala de su impotencia ante la naturaleza despertada. Esas llamas nos recuerdan, junto a la temperatura ambiente, que no nos da la gana cuidar la sostenibilidad del planeta, la casa común, por la sencilla razón de intereses multinacionales que, de momento, todos gozamos. Sin cambio de forma de vida, la nuestra, es imposible parar esta deriva planetaria, camino del desastre permanente. Sustituimos «vivir como personas» por «vivir como animales», solamente dominados por sus instintos irrefrenables. Quietud.

Lionel Messi nos deja, pero sobre todo deja su amada Cataluña que no será tan amada cuando marcha a París con tantísima facilidad. Es un fatal sino español: somos incapaces de sostener a los genios, siempre nos faltan ganas y dinero. Y la imagen del Barça en bancarrota, signo y seña de una situación catalana vaciada de sentido histórico. Antes, ya había marchado Sergio Ramos, un símbolo de la fortaleza madridista. Vaciamiento de marcas deportivas tras el vaciamiento provocado por el virus. Quietud.

Como si careciera de relevancia, el sobre con las tres balas dedicadas al Papa apenas ha suscitado conmoción informativa, cuando es un signo del sector «antiFrancisco» que anda suelto por ahí. Limpiar la economía vaticana puede costar vidas… y pontificados. Pero Francisco, rodeado de pretorianos incombustibles, permanece con la mano en el arado sin llamar la atención, camino de lo sustancial. Es admirable la decisión con que este hombre, anciano y enfermo, se mantiene lúcido para enfrentarse a los problemas. Quietud.

Cierro estos nombres e imágenes con las inexistentes imágenes y nombres de esos adolescentes asesinos, violadores y ladrones, de quienes sabemos sus fechorías pero nada más. Algo muy malo nos está sucediendo para que hombres y mujeres tan jóvenes entren en el círculo violento del mal social, algo que tiene que ver con nosotros, adultos. Hay que evitar, a su vez, que se introduzcan en nuestra sociedad las «maras» aparentemente tan lejanas, que serían la irrisión de nuestro sistema democrático. Y no todo es una cuestión de «orden público», porque también lo es de «orden familiar». Y educativo. Quietud.

Mientras el Mediterráneo enjuaga nuestras penas y los turistas se tienden en nuestras arenas, el mundo sigue creando nombres e imágenes repugnantes o, por el contrario admirables, pero que suelen escaparse a nuestra óptica cotidiana. El mal y el bien en lucha permanente. Un «ferragosto» mallorquín en el que descansamos, trabajamos y descubrimos. A esto le llamamos vida. Quietud.

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