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Pedro Coll

De moros y cristianos

Port de Pollença, Mallorca, un mes de agosto de cualquier año. Pedro Coll

No es un fotograma de una producción cinematográfica del género épico, o de un género más social, y pienso ahora en unas imágenes muy concretas del Novecento de Bertolucci. Ni es, tampoco, el intento de homenajear, con una modesta fracción de segundo, el genio y el trabajo de Velázquez en La Rendición de Breda, conocida también como Las Lanzas, con la aclaración de que la imagen que aquí muestro representa un antes de la batalla y lo de Breda fue un después, fue una rendición, algo que estos cristianos poseídos por la furia no contemplan ni de lejos. Simplemente es lo que la realidad puso ante mis ojos y yo, precipitadamente, como a menudo ocurre en este oficio, interpreté como mejor pude. En los rostros de los personajes vemos la locura y la tensión previas al comienzo del feroz combate, fijémonos en las expresiones, una a una, nada nos diría que no es un momento real. El gesto, los atuendos, los complementos, el atrezzo… todo es perfecto. Tan sólo un gazapo, para mí llamativo: el sexto individuo comenzando por la derecha lleva en el pecho una mancha roja de sangre (gris, al tratarse de una imagen en blanco y negro, que para mejor comprensión del lector he señalado con una flecha roja), probablemente ocasionada por el impacto de un disparo de algún arcabuz enemigo; tanto en la ficción como en la realidad esto tendría que haber sido mortal de necesidad y haber acabado con él tirado en el suelo, sin embargo, el tipo esta tan pancho, en primera línea.

Ellos son los ‘cristianos’, ansiosos de enzarzarse a hostias con los ‘moros’, sus eternos enemigos, que están apelotonados justo donde está mi cámara, rodeándome a mi, y por eso no podéis verlos. Aquí, en Mallorca, esta batalla se da cada año en los puertos de diferentes localidades, en Pollença ocurre en plena canícula estival. Es la fiesta que conocemos como ‘moros y cristianos’, algo que en los tiempos que corren suena bastante políticamente incorrecto y hasta arriesgado de decir, según el tono y la intención con que manejes los términos. El acontecimiento escenifica los desembarcos sarracenos, de origen turco y argelino, que se daban con cierta regularidad en la Edad Media y principios de la Moderna. Igual que hacían los vikingos en el mar del Norte y el Atlántico, aparecían por sorpresa para aterrorizar, saquear, matar con crueldad y llevarse a hombres y mujeres jóvenes que luego vendían como esclavos en el norte de África y Mediterráneo oriental. Los rostros de esos cristianos de la foto, aún siendo una representación lúdica de sus antepasados, muestran todo el fragor y la intensidad del momento, en un intento desesperado de vender muy cara la piel.

Donde estaba la cámara que captó esta imagen había otras cámaras de diferentes medios (era aquella época en que los periódicos sólo se editaban en papel y casi añadiría que sin color en las imágenes). Estando todos los narradores visuales ante el mismo acontecimiento, las conclusiones gráficas iban a ser bastante diferentes y así se podría comprobar en lo publicado en la prensa del día siguiente. Una confirmación irrebatible de la absoluta subjetividad del acto de fotografiar.

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