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Ángeles González-Sinde

Señoras de verdad, señoras de mentira

Sabemos que lo que tantas veces tomamos por realidad está tan construido como los relatos de ficción, pero si la ficción nos atrae

es porque también refleja una realidad: la interna del autor o autora

La maravillosa Señora Maisel, Gambito de dama... disfruté las series, pero me sentí decepcionada, casi estafada, cuando supe que las protagonistas eran pura ficción, que no habían existido ni esa jugadora de ajedrez, ni una humorista madre de familia que triunfara en clubs de Nueva York en los años 50. Pero ¿acaso no son ficción la mayor parte de series y películas y aun así nos emocionan? ¿Y por qué son más atractivas si están inspiradas en hechos reales? La relación entre realidad y ficción fue siempre delicada, pero más aún desde que se impusieron los realities y los informativos empezaron a darnos a las noticias con tratamiento de folletín.

Sabemos que lo que tantas veces tomamos por realidad está tan construido y calculado como los relatos de ficción, pero si la ficción nos sigue atrayendo es porque también refleja una realidad: la interna del autor o autora. Desde que empezamos a pintar bisontes en las cuevas, nos es placentero y útil conectar con la dimensión psicológica de otro ser humano. Sin embargo, a menudo pasamos por alto otra forma de conexión: la que se produce en las salas de los museos. Este verano coinciden algunas mujeres artistas cuyas experiencias y visiones son tan originales como las mejores series. Son Ida Applebroog, Vivian Suter, Charlotte Johannesson o Georgia O’Keefe... por citar algunas. Son reales, existen y existieron, como las mismísimas Kardashian, y tan fascinantes en su peripecia vital y artística como ellas.

Ida Applebroog nació en una familia judía ortodoxa de Brooklyn, tal cual la protagonista de Unorthodox. Esposa y madre entregada de cuatro hijos, a los 40 años tuvo una crisis nerviosa y fue ingresada en un psiquiátrico. Durante los meses que pasó allí empezó a pintar por indicación de un médico (siempre había tenido interés y habilidad, aunque sus obligaciones de ama de casa limitaban sus posibilidades). A partir de ahí y ayudada por la marcha de sus hijos a la universidad, Ida desarrolló una interesantísima y libérrima carrera como artista.

El Museo Reina Sofía en Madrid organiza la primera muestra dedicada a ella. Es de no perdérsela, tan apasionante y provocadora como una serie.

En el Palacio de Velázquez del Retiro madrileño (siento hablar tanto de Madrid, pero los confinamientos perimetrales no me han permitido visitar muchos otros museos), saltamos al corazón de los bosques guatemaltecos donde una mujer argentino-suiza vive desde hace décadas. Retrata a la vez lo que ve fuera y lo que siente dentro, por lo que sus coloridos lienzos colgados en telares entre los que los visitantes paseamos son una explosión de vitalidad. Es Vivian Suter, que con su apasionante perspectiva nos dice que la naturaleza, pese a nosotros mismos, nos espera y nos ofrece oportunidades de volver a empezar y hacerlo mejor.

Por otra parte, la Fundación Azcona, que preside el experto en comunicación Lalo Azcona, acaba de publicar el catálogo razonado de Maruja Mallo. Por primera vez podemos recorrer completa la obra de la artista. Otra serie llena de altibajos, misterio y emociones. ¿Qué ocurrió a finales de los 50 para que su producción se parara en seco? ¿Por qué hay ese bache en que Maruja apenas pinta? Había cumplido los 50. ¿Se quedó fuera de la novedad y la modernidad? ¿Por qué en los 60 decide regresar a España tras décadas exiliada en Argentina? La vuelta no resultó como ella creía. Su obra nueva se vendía poco y se convirtió en una señora estrafalaria que veíamos en cafés e inauguraciones sin tener conciencia de su talento y su importancia. ¿Cómo lo sobrellevó? Son las incógnitas sobre las que se construyen los buenos relatos.

Charlotte Johanssen, que también expone en el Reina Sofía, es una artista sueca que en los años 60 aprende a tejer tapices en la escuela de artes y oficios; obras de apariencia doméstica, femenina e inocua que pronto llena con consignas e imágenes de movimientos sociales y políticos de la época. De ahí pasa al arte por ordenador con los primeros Mac. Siguen algunas décadas de silencio hasta que alguien la encarga unos deslumbrantes paneles digitales. ¿No es otra historia digna de verse?

Como ocurre con el audiovisual, pero de manera aún más profunda e intensa, ver arte cura, consuela, reconforta, alivia los pesares. Comprobar de lo que es capaz el ser humano a pesar de su vileza, crueldad, codicia y egoísmo, impulsa la confianza en que algo bueno hay en nosotros. Es natural que prefiramos las mujeres reales a las de ficción.

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