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Las cuentas de la vida | Tras el verano

Pasado el verano llegarán meses inciertos

Tras el verano

Tras el éxito electoral de Ayuso, las comunidades han decidido mantener abiertos sus mercados al turismo, a la espera de que pase el verano, se recuperen las arcas –que no será mucho– y, al llegar el otoño, ya veremos. Los equilibrios resultan difíciles cuando la necesidad acucia y la variante Delta amenaza con romper la inmunidad de rebaño. La comunidad científica internacional se divide entre optimistas y pesimistas cuando toca hablar de la pandemia, sin que nadie logre explicar si nos encontramos ante la última ola relevante –una posibilidad no descartable teniendo en cuenta que en septiembre el noventa por ciento de europeos ya contará con anticuerpos de algún tipo– o si, al contrario, la variante india abrirá la puerta a nuevas mutaciones que debiliten cada vez más la protección proporcionada por las vacunas. A saber. Por ahora, el informe de la CDC americana filtrado por The Washington Post adopta un enfoque más negativo de lo habitual; tal vez –no olvidemos que la política manda– para revertir el rechazo a la vacunación en los Estados Unidos, o bien es que sencillamente nos encontramos a las puertas de un invierno terrible que obligará a nuevas medidas restrictivas. El miedo pasa ahora por los colegios, puesto que los niños pueden convertirse en aceleradores del contagio, con importantes consecuencias en las familias. ¿Diremos adiós a los grupos burbuja? ¿Constituye un error recuperar la plena presencialidad y volver a unir a los grupos separados? La seguridad psicológica que proporcionan las vacunas puede conducir a relajar en exceso las imprescindibles medidas no farmacológicas, como el uso de mascarillas o el cierre de interiores no convenientemente ventilados. Lo único cierto es que llegaremos a septiembre con malas cifras, aunque sin duda mucho mejores que las actuales porque las olas, tal como crecen, vuelven a disminuir. Y es lo que cabe esperar que suceda en agosto.

Mantener el equilibrio con la economía parece, sin embargo, misión imposible. Un dato: el endeudamiento público español se sitúa en el 125 % del PIB, lo cual supone que en apenas un año ha aumentado treinta puntos; o, lo que es lo mismo, un tercio de la riqueza nacional. Este flujo de dinero ha permitido mantener en pie el país y eludir un estado de postración general sin equivalente en décadas. La contrapartida obvia es que o se genera crecimiento –e inflación– de un modo importante y sostenido o el empobrecimiento generalizado será inevitable. Con los estímulos en marcha, crecer a corto plazo no será una misión difícil. Pero el grueso de tales estímulos resulta insostenible. Antes de lo que pensamos, los flujos se estrecharán y se incrementarán las tensiones. Creer que con subidas de impuestos se van a equilibrar los presupuestos es una muestra más del pensamiento mágico que se respira en el ambiente. Si no tomamos las decisiones acertadas, la decadencia nos espera a la vuelta de la esquina. La Europa a dos velocidades vuelve a estar sobre el tapete. Y los países del Mediterráneo se hallan, una vez más, en el furgón de cola.

Un último apunte: en tiempos pandémicos, el turismo constituye el sector más sensible a la recuperación. No debería extrañarnos que las economías industriales se recuperen mucho más rápido que la nuestra. Esto hay que leerlo a la vez como una oportunidad y como un lastre.

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