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Miquel Àngel Lladó Ribas

Mumare

Cuídenla, si aún disfrutan del privilegio de tenerla, y no se olviden de anotar esos registros insustituibles que han conformado su bella y a menudo difícil existencia

No hace mucho me dirigía al trabajo bajando por la calle de Can Cavalleria de Palma -que está hasta arriba de pintadas, una vergüenza- cuando, al doblar la esquina que confluye en la calle Concepció, me encontré a un hombre que llevaba a una mujer ya mayor «de bracet», como decimos en buen mallorquín. El hombre en cuestión tendría alrededor de 50 años y presentaba un aspecto aseado, como de quién se ha arreglado para la ocasión. Durante el breve instante en que nos cruzamos -yo iba en dirección contraria a la suya- me pareció escuchar una breve discusión en la que él intercaló el vocablo «mumare», que me parece uno de los sustantivos más bonitos que alberga el catalán de Mallorca (por cierto, no estaría de más que alguien le explicase al Sr. Casado que el catalán es una lengua no exclusiva de Catalunya, como el castellano no lo es únicamente del Estado Español. Aunque esto son «figues d’altre paner», en otra de nuestras bellas y afortunadas expresiones...).

Aquella palabra me transportó como por arte de magia a mi infancia y, cómo no, al aún vivo y sentido recuerdo de mumare. Sin duda ayudó a ello el frescor de la mañana, después de unos días de tremendo bochorno en los que Santa Margalida hizo honor a su fama de «encender» la canícula con un fervor y entusiasmo sin duda excesivos, vistos los resultados. Pero el verano es sin duda alguna la estación de mumare, aquella en que más viva se hacía su presencia en algunos de los múltiples aspectos inherentes a la condición de madre, entre los que sobresalía su gran destreza en la cocina y, de modo especial, en todo lo concerniente a la rica y sabrosa repostería de esta estación. De mumare, sin ir más lejos aprendí a hacer un delicioso y refrescante helado de limón que, modestia aparte, es la guinda de los pambolis o cenas «a la fresca» que hacemos en nuestra casa de es Pont d’Inca, y cuya receta posee todos los ingredientes de esa magia tan especial que tiene el verano, tan llena de luz y de vida. No en balde otro de nuestros celebrados refranes así lo certifica, «En s’estiu, tota cuca viu», que si me permiten la licencia tiene algo que ver con la celebrada canción de la recientemente finada Rafaella Carrá, ya saben, «Para hacer bien el amor...». No es exactamente lo mismo, ya lo sé, pero esas escasas cinco palabras contienen todo aquello que de libertad y cierta sensación de liviandad tiene el verano, empezando por la vestimenta y terminando por los hábitos relacionados con el ocio, ligados más que nunca a la naturaleza y el mar.

El helado de limón de mumare reunía a mi juicio todos esos ingredientes, con el añadido de que estaba hecho con un amor y paciencia infinitas, escogiendo los mejores cítricos y poniendo siempre aquel saber y diligencia que solo las madres poseen. Les voy a dar la receta, fíjense ustedes: leche, ralladura de limón, jugo de ídem y azúcar. Y «res pus», en otra de nuestras sobrias y felices expresiones. Algunas veces, después de saborearlo, mis amigos e invitados me preguntan ¿y eso es todo?, como si les pareciera imposible que algo tan simple pueda tener un sabor y textura realmente únicos, como por otra parte sucede con muchos de los manjares de nuestra gastronomía (el «tumbet», sin ir más lejos). Pero es que encima mumare acompañaba dicho helado con una coca de albaricoques que era un verdadero manjar, con una masa que se deshacía literalmente en la boca y unos «albercocs» como Dios manda, un pelín ácidos y con un «polsim» -¡otro gran substantivo!- de canela en lo más jugoso y maduro de su pulpa... Quiero decir que tal vez no hace falta ir al Sur para gozar de determinadas experiencias, pues les aseguro que esa que les relato no tiene nada que envidiar a los arrebatos con los que la buena de Rafaella sazonaba su popularísimo y mediterráneo tema musical.

Todas estas y otras habilidades de mumare están editadas en un libro que tal vez algunos de ustedes conocen, Tocar mare (Fundació «Sa Nostra», colección Tià de sa Real, 2004). Sé que no es muy elegante hacer publicidad de la propia obra, pero ese libro no pretende otra cosa que rendir un homenaje a todas las mumares de una generación de mujeres que conoció severas privaciones y cuyas aptitudes y habilidades quedaron a menudo relegadas a la sombra de sus maridos bajo aquel degradante epíteto de «sus labores», unos quehaceres que escondían unos conocimientos y menesteres gracias a los cuales hemos sobrevivido como especie, y que tan faltos de reconocimiento social fueron durante aquellos grises y obscuros años de la posguerra.

Lo dicho, pues: cuiden a mumare, si aún disfrutan del privilegio de tenerla, y no se olviden de anotar esos registros insustituibles que han conformado su bella y a menudo difícil existencia. Seguro que hallarán en alguna parte alguna receta de helado de limón o una coca de albaricoque como aquellas «d’un temps» en que las madres eran todo abnegación y sacrificio -y también ahora, todo sea dicho-, palabras que han perdido buena parte de su sentido y que tal vez no estaría de más reivindicar en esos tiempos tan proclives a la deshumanización y a la falta de respeto -valores, si prefieren llamarlo así- a los que parece que estamos irremisiblemente abocados.

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