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Antonio Papell

Memoria Democrática

El pasado martes, el consejo de ministros aprobó el anteproyecto de ley de memoria democrática que llevará próximamente al Parlamento. La norma tendrá rango de ley ordinaria porque sería muy complicado conseguir la mayoría absoluta que requieren las leyes orgánicas. Lo que ya indica lo lamentable que resulta que la derecha democrática, quizás conmocionada por el reciente surgimiento de la extrema derecha neofranquista, no se adhiera a una ley que pretende, con la suficiente distancia, restañar las últimas heridas de las víctimas de la guerra civil y la dictadura. Aquella promovida por el ejército golpista y esta protagonizada por los vencedores, que no dieron la menor tregua a los vencidos. Es más: Casado ya ha anunciado que si gobierna derogará la ley que ahora se apruebe para promulgar una ley de Concordia, que con toda probabilidad apostará por la simetría entre vencedores y vencidos. Y quizá, para dar verosimilitud a la promesa, ha soportado sin inmutarse las infames afirmaciones de Ignacio Camuñas —fue la República la promotora de la guerra civil— y él mismo ha enunciado dudosas teorías sobre si la República era democracia sin ley y el franquismo ley sin democracia. En el fondo, se quiere legitimar subrepticiamente la tesis de que el golpe de estado militar es legítimo cuando «el gobierno lo hace mal». Videla, Pinochet y Chávez pensaban lo mismo.

Todo esto es particularmente inquietante para quienes, por edad, tuvimos ocasión de vivir con uso de razón la Transición española. En julio de 1978, cuando se votó el texto constitucional en el Congreso, la Alianza Popular que dirigía Manuel Fraga se dividió en tres bloques: ocho diputados votaron a favor, cinco en contra y tres se abstuvieron. En realidad, La Constitución se aprobó en la Cámara Baja el 31 de octubre de 1978, y tuvo seis votos en contra: cinco de AP y uno de Euskadiko Ezkerra, entonces el partido de los poli-milis de ETA. El dato es poco relevante hoy pero si se trata de reescribir la historia, habrá de saber de dónde partimos.

La reconciliación plasmada en el consenso constitucional no fue en ningún caso una convalidación del régimen autoritario que había impedido durante cuarenta años que los españoles ejerciesen su sagrado derecho de autodeterminación. Simplemente, se aceptó el borrón y cuenta nueva para construir un régimen semejante a los que se edificaron en Europa tras la victoria aliada, frente al totalitarismo, en la Segunda Guerra Mundial. La Carta Magna enterró al franquismo y tomó elementos decisivos de las constituciones alemana e italiana, por ejemplo. Y las responsabilidades políticas de los opresores fueron remitidas al olvido mediante amnistías que entonces parecieron el summum de la magnanimidad pero que hoy, en un mundo muy evolucionado, plantean muchas más dudas que antaño.

Faltaba sin embargo reconocer y devolver la dignidad a las víctimas de la guerra civil y la dictadura, a quienes habían muerto sirviendo a la República en la contienda y a los que fueron exterminados o excluidos por los vencedores del ilegítimo régimen militar de después. Rodríguez Zapatero promulgó una valiente ley de Memoria Histórica que ahora va a ser perfeccionada mediante una ley de Memoria Democrática que reforzará el reconocimiento a las víctimas y el cordón sanitario que es necesario establecer en torno del neofranquismo, al que no hay que limitar ni controlar las ideas sino las propuestas insidiosas de atacar la democracia por procedimientos ilegítimos. Tras expulsar al dictador de su ignominioso túmulo, ahora se anularán las condenas de los tribunales franquistas, se impulsarán las exhumaciones y la identificación de las víctimas todavía perdidas, se creará una fiscalía especial para revisar la memoria, se retirarán los últimos símbolos, se extinguirán las Fundaciones Francisco Franco y del Valle de los Caídos, se suprimirán los títulos nobiliarios vinculados a la guerra civil, etc. Nada que un verdadero demócrata de izquierdas, de derechas o de centro no pueda aplaudir con la doliente memoria del sacrificio de quienes nos precedieron.

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