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Antonio Tarabini

Entrebancs | La meritocracia y la igualdad de oportunidades

Nuestro reto básico personal y colectivo es cuándo y cómo podemos superar las consecuencias sanitarias y hacer frente a una crisis del vigente modelo productivo. La finalidad es, o debería ser, reconstruir una economía sostenida y sostenible que pueda garantizar una sociedad libre, justa y solidaria. Ambos retos no son fáciles, pero sí posibles.

No pretendo ser ave de mal agüero, pero no puedo evitar referirme a unas noticias que de algún modo definen cuál es nuestra realidad socio-económica. Según la Agencia Tributaria, la estadística de los declarantes del IRPF del año 2019 deja claro que un total de 370 residentes de Baleares declararon unos ingresos anuales por rendimiento de trabajo superiores a 600.000 €. Lo que implica un «salario» de 50.000 euros mensuales; cuando la mayor parte de los ciudadanos declaró unos ingresos entre 12.000 a 20.000 € anuales. Lo que representa que 370 contribuyentes cobran más dinero al mes de lo que cobran otros 522.982 en todo el año. En estas mismas fechas, hace escasamente una semana, el INE presentó los resultados de la Encuesta de Calidad de Vida en Baleares, donde el 22% de sus residentes, (260.000 personas) viven en riesgo de pobreza o exclusión social; el 36% no puede afrontar gastos imprevistos; y el 9% tiene muchas dificultades para llegar a final de mes.

Estos últimos meses he centrado mi interés en los escritos de Michael Sandel (profesor de Harvard y Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2018) referidos a la «construcción» de unos niveles adecuados de Convivencia. Su debate sobre Meritocracia e Igualdad de Oportunidades es de máximo interés y actualidad. La Meritocracia pone en valor los resultados de los esfuerzos personales y/o colectivos donde «cada cual consigue lo que se merece gracias al trabajo duro» (S. Fanjul). Suena bien, y muchas veces se nos dice que vivimos en una meritocracia, o que, al menos, eso sería lo deseable. Pero no está claro que su existencia nos vaya a traer virtud. En las últimas décadas la brecha entre los ganadores y perdedores se ha ido ensanchando, generando sociedades más polarizadas y desiguales en ingresos y riqueza.

La conceptualización del éxito también ha cambiado: «Aquellos que han llegado a la cima creen que su éxito es obra suya, evidencia de su mérito superior, y que los que quedan atrás merecen igualmente su destino» (M. Sandel). La meritocracia es un ideal atractivo porque promete que si todo el mundo tiene las mismas oportunidades los ganadores merecen ganar. La meritocracia alienta a que quienes tienen éxito crean que éste se debe a sus propios méritos y que, por tanto, merecen todas las recompensas que las sociedades de mercado otorgan a los ganadores. Pero no resulta extraño que los que tienen éxito crean que se lo han ganado con sus propios logros, sin considerar los imputs económicos, sociales, entornos familiares (…). En consecuencia tienden a pensar que los que se han quedado atrás son responsables de estar así. La meritocracia tiene un lado oscuro: el éxito divide a las personas en ganadores y perdedores. La meritocracia crea arrogancia entre los ganadores y la humillación hacia los que se han quedado atrás. En definitiva, la meritocracia puede ser un juego sucio sin la existencia de la igualdad de oportunidades para todos/as los/as ciudadanos/más allá del sexo, raza, color, contexto familiar/social. «Para evitar malos entendidos no nos proponemos como objetivo la utopía de que todos somos iguales (La Tiranía de la Meritocracia Michael Sandel).

La contrapropuesta es que tengamos todos una igualdad real de oportunidades, a partir de la cual podamos entrar en el juego de la meritocracia. A modo de simples ejemplos les relato hechos reales: Dos adolescentes han concluido sus estudios obligatorios y en consecuencia tienen que optar, según sus capacidades, a las diversas posibilidades de continuar sus estudios relacionados con su futuro personal y profesional. El origen y contexto socioeconómico de los dos adolescentes son absolutamente diferentes. Uno de ellos, hijo de una familia bien situada social y económicamente; el otro, a un contexto familiar de escasa capacidad económica y socialmente ubicado en una clase social media-baja. El orientador, a pesar de que ambos tienen buenos resultados curriculares, aconseja al hijo de clase socioeconómica alta que continúe estudiando, desde un horizonte universitario; al hijo de clase social media-baja, le aconseja que intente encontrar unos estudios que le permitieran dedicarse a trabajos tales como trabajos administrativos y/o mecánicos como su padre, o similares. Evidentemente, la igualdad de oportunidades no existe y por tanto la meritocracia es un puro sueño. Desde tal perspectiva es muy positiva la nueva Ley de Educación, y concretamente en nuestra Comunidad poner en valor la Formación Profesional.

Después de la crisis financiera del 2008, que desmanteló las bases de la sociedad del bienestar, hemos ido entrando paulatinamente en un nuevo período post-moderno. Comienza a surgir la idea de que el Estado haga unas funciones absolutamente auxiliares de legalidad, seguridad e infraestructuras; pero donde la ideología de mercado debe imperar en todas las instancias sociales la educación, la sanidad, las relaciones, la identidad, y suma y sigue. Pero a su vez, en estos momentos de crisis estructural, asistimos a una expansión del papel del Estado en la economía, a una velocidad y a una escala sin precedentes, pero que insignes políticos preferirían y prefieren que el Estado emplee sus recursos para reactivar la liquidez empresarial, reducirles sus impuestos…. Y que el aumento del gasto, la regulación, la provisión de liquidez y otras medidas de la pospandemia, no intenten «compensarse» con contrapesos fiscales. Pero a su vez toman carta de ciudadanía en el contexto de la UE, los programas de ayuda Next Generation articulados a través del Plan Europeo de Recuperación, un fondo extraordinario por valor de 750.000 millones de euros destinados a Desarrollos Socioeconómicos, 140.000 millones destinados a España.

En este escenario es preciso un esfuerzo personal y colectivo para reformar nuestras fallidas instituciones y resolver inequidades económicas y sociales que se han vuelto endémicas. Es necesario fortalecer el papel del saber, del experto, y de la ciencia en la toma de decisiones; así como reforzar la resiliencia de nuestros sistemas económicos, políticos y sociales. No podemos limitarnos a aceptar la polarización creciente y el colapso de las instituciones.

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