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Isabel Olmos

El verbo echar echa la hache por la ventana

«El verbo echar echa la hache por la ventana». La luz se escurre tenue entre las suaves cortinas de la ventana e ilumina el comedor, pequeño, en el que doña Julia, ya mayor, da clases de lengua a los niños del barrio. Todo es gris, o negro, y muy austero. Hay algunos objetos que son de mera decoración aunque la mayoría son útiles, básicos, vitales, sin artificios ni excesos y no hay rastro del consumismo salvaje de otros hogares. Nada es nuevo. Fue adquirido hace muchos años. Y, como su propietaria, se han hecho mayores con el paso del tiempo.

La vecina profesora hace tiempo que no se tinta el pelo y se nota. Se hace un topo apresurada, de cualquier manera, que a su nuera no le gusta porque dice que la pone triste porque se lo peina bajo y la hace mayor, pero es lo que hay. Es que es mayor. No recuerda la última vez que fue a una peluquería -quizás cuando acudía a ver a su hijo en alguna corrida cuando todavía estaba él bien- y ahora, simplemente, es que no le salen las cuentas: ir a una peluquería es malgastar en su imagen un dinero que necesita para pagar el piso. O la echan. Sin hache pero sí con todo lo demás. Y dónde van a ir, con un hombre en coma…

Doña Julia, la profesora del topo bajo está preocupada porque unas amigas suyas, de cuando estuvieron en la prisión porque eran rojas, van a cenar a su casa y como son vascas están acostumbradas a la buena gastronomía. Ojalá esa merluza rellena que a su nuera se le da tan bien cocinar.... Pero está muy cara. «Algo pensaré más económico», le dice la joven. Todavía se acuerda de cuando vio por primera vez a su nuera y de lo corta que llevaba la falda. ¡Válgamedios! Pero es buena chica y ha llegado hasta sincerarse con ella y narrarle las palizas tremendas que le dieron cuando la detuvieron para que delatara a unos camaradas. ‘Le hablé de todo: de mi padre, de mi madre, hasta de los perros que tenía de pequeña. Pero no delaté a nadie’, le contó una vez orgullosa mientras hacían la cena.

«El verbo echar echa la hache por la ventana» lo repite mentalmente como un mantra esta periodista desde que vio Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto con una inmensa Pilar Bardem poniendo nombre y rostro a doña Julia pero también a millones de españolas luchadoras, trabajadoras, perseguidas, maltratadas...y dignas. Se la repite mentalmente esta periodista desde hace 26 años cada vez que escribiendo frente a un ordenador se encuentra de bruces con ‘echar’, un verbo que compite en significado con ‘arrojar’, ‘lanzar’, ‘tirar’, ‘verter’ o ‘despachar’. Pero la periodista siempre elige ‘echar’, siempre. Porque sí. Porque optar por ‘echar’ es más que una simple elección lingüística o un deseo meramente estilístico. Elegir ‘echar’ es un compromiso, una cuestión de principios, una honra. Porque cada vez que elige ‘echar’ elige a doña Julia, a esa mujer valiente, poderosa, dulce y comprometida que repetía pacientemente esa norma mnemotécnica en un comedor pequeño, limpio y humilde de un bloque de pisos del extrarradio de una gran ciudad. De cualquier ciudad.

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