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Jose Jaume

Desde el siglo XX | Pedro Sánchez, osado hasta que la suerte le dé esquinazo

La audacia que en sus decisiones acompaña al presidente queda fuera de duda; implacable, como solo saben serlo políticos de raza: ejecutar sin contemplaciones

Pedro Sánchez.

En algún momento la suerte abandonará a Pedro Sánchez. Llegará el día en que la audacia, acreditada osadía, no le sacará del declive, no impedirá que su tiempo concluya. Hasta que llegue el final, al igual que en su día Adolfo Suárez, da sobradas muestras de decisión, de arriesgar para sobrevivir, que es, por supuesto, fundamental propósito de político que quiera dedicarse a la cosa pública. Durar es inamovible axioma. Quien no lo asume torna quebradizo, le rompen las piernas casi de inmediato. Tenemos en España ejemplo relativamente reciente: el sucesor de Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, elegido presidente del Gobierno al día siguiente del abortado golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, ni tan siquiera fue capaz de encabezar la lista electoral de su partido, Unión de Centro Democrático (UCD), en las elecciones generales de octubre de 1982. Se fue a casa sin hacer ruido. Sánchez, al contrario que Suárez, juega con ventaja: tiene a su disposición al partido más sólido (con anuencia del PNV) de España. El PSOE no es UCD. 140 años de alborotada, dramática, subterránea en décadas, trayectoria imprime carácter. A Sánchez el PSOE lo arrojó por la ventana en violentísimo comité federal que lo apeó de la secretaría general. Se tuvo que apuntar al paro. Alguien que ha pasado por tal tesitura llega más que llorado, blindado. Ha exhibido ambas características al deshacerse impávido de José Luis Ábalos, Carmen Calvo e Iván Redondo. Apiola a quienes le acompañaron en la tenida por imposible quimera de reconquistar la secretaría general del partido y llegar a Moncloa. Ya no están. Él sigue.

El mayor elogio al presidente del Gobierno ha llegado del atolondrado líder de la oposición. Pablo Casado manifiesta que Sánchez es mala persona, que ha ejecutado fenomenal carnicería. Es lo que hace gobernante que se halla en situación comprometida, cuando constata que hay que tomar decisiones drásticas. Sánchez ha querido, ha convenido, luego lo ha hecho: potuit, decuit, ergo fecit, latinajo con el que un franciscano, Juan Duns Scoto, sentenció que Dios estaba en disposición de hacer inmaculada a María. Dogma de la Iglesia católica desde que lo proclamó en 1854 el papa Pío IX. Sánchez ha querido, podido y ha hecho. Está en su naturaleza. Lo estuvo en la de Adolfo Suárez, solo que el «chusquero de la política», como se definió a sí mismo, no tuvo partido al que aferrarse en momentos imposibles, por lo que fue borboneado por el rey Juan Carlos, que, con la Constitución ya en vigor, decidió emular a su abuelo Alfonso XIII, que acabó en el exilio el 14 de abril de 1931 al proclamarse la Segunda República.

El nuevo Gobierno, lo es en extenso, pilla a la oposición desprevenida y en horas de vino y rosas: las encuestas detectan que por primera vez es factible mayoría parlamentaria de PP y Vox. Derecha dura para que Casado sustituya a Sánchez. De ahí que el presidente del PP reclame a diario la disolución de las Cortes y convocatoria de elecciones generales. Cómo mantener tal cantinela a lo largo de dos años y medio, porque no las habrá hasta la segunda mitad de 2023 salvo imprevisto siempre factible. Dos años es eternidad insondable en política. Además, los sondeos apuntan también dato preocupante para Casado: su valoración es bajísima, casi va a la par que Santiago Abascal. Casado no es Isabel Díaz Ayuso. Duele en el PP carecer de líder fiable. Las llamémosles inconveniencias verbales de Casado apuntalan la percepción de endeblez que le acompaña al ser incapaz de embridar inconsistente verborrea.

Sánchez ha utilizado carta, as, comodín, mano supuestamente ganadora; se ha cuidado de mantener incólumes fundamentales conexiones (Nadia Calviño) con los poderes de la Unión Europea. Las ha reforzado. Ha hecho completa exhibición. No es poco para quien dispone de inestable sustento parlamentario, para quien requiere de los votos del histérico independentismo catalán.

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