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Daniel Capó

Las cuentas de la vida | El gatopardo

Nadie puede negarle a Pedro Sánchez su condición camaleónica y su arrojo, a veces, inconsciente

El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez. EFE

Sánchez mueve las piezas de su gobierno con el objetivo del gatopardo: que nada cambie. La finezza mediterránea recurre a los golpes de efecto para enmascarar el único conservadurismo que el poder entiende: preservarse a sí mismo. La hiperactividad del gobierno español sugiere que se afilan las armas para que todo siga igual. Nuevos nombres bajo un aire africano. Nombres sin contenido, porque el contenido lo marca Bruselas y Bruselas quiere unas reformas que aquí nadie va a aplicar. La sobreexcitación política del sanchismo coincide con la ausencia de cualquier propósito de futuro que impulse la competitividad del país. Se diría que estamos ante un rajoyismo en estado puro –el tiempo resuelve la mayoría de problemas–, si no fuera porque la parálisis reformista mira mucho más atrás en el tiempo: una vez que ingresamos en Europa, pasamos a ser un protectorado de la Unión y dejamos de tomar decisiones.

Sánchez ha cambiado de gobierno para reforzar su poder autócrata. En lugar de en Carmen Calvo, se apoya en Nadia Calviño porque sabe que su futuro personal depende de Cataluña y de la recuperación económica impulsada por el retorno a la normalidad y la gestión de los fondos comunitarios. Calviño es el enganche con la patronal, pero más aún con el alto funcionariado europeo, que conoce a la perfección. Calviño es el centro centrado con el que Sánchez quiere acorralar al PP ahora que Podemos, descabezado, no pasa de ser una nota a pie de página en la historia de la izquierda española. Enfrentado con el PSOE, Iván Redondo paga los platos rotos del pésimo resultado de Gabilondo en Madrid, pero seguramente continuará desempeñando un papel muy relevante cerca del presidente. Los errores de principiante de la ministra Laya han puesto fin a su estancia en el Palacio de Santa Cruz. Por su parte, víctima de todos y cada uno de los tópicos educativos del momento, la ministra Celaá ha sido capaz de enemistarse no sólo con los sectores más conservadores del mundo académico, sino también con los progresistas –el reciente libro del profesor Andreu Navarra serviría de ejemplo–, mientras la educación española sigue en caída libre. Ábalos, el hombre duro del PSOE, había visto deteriorarse su imagen a fuerza de manotazos sobre la mesa y de un discurso rudo y poco amigable. Raquel Sánchez, una catalana de Gavá al frente de Transportes y Movilidad, indica la importancia que Pedro Sánchez otorga en el momento actual al PSC y a la inversión presupuestaria en Cataluña. En el ministerio de Presidencia, el brillante abogado Félix Bolaños, figura clave del nuevo gobierno, parece llamado a desempeñar un papel muy relevante en los dos años próximos. Bolaños y Albares -en Exteriores- son los dos nombres a seguir. Apunten sus nombres.

¿Prepara Sánchez un adelanto electoral? Sí y no. Engrasa la maquinaria, por si fuera necesario. Se deshace de sus fardos más pesados y se anuncia como un político de izquierda liberal: un moderado dialogante a lomos de la previsible recuperación económica. Dice adiós a sus ministros más sesgados, a los más torpes y a los que han destacado por su inoperancia, como Pedro Duque. Las encuestas que maneja Moncloa -que dan por perdida Andalucía- son peores de lo que pensamos. Los indultos pesan negativamente. Pero nadie puede negarle a Pedro Sánchez su condición camaleónica y su arrojo, a veces inconsciente. A pesar de las muestras de debilidad, sigue dominando el centro del campo.

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