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José María de Loma

Provocaciones

A veces llamamos provocador a alguien. Cuando solo es un majara. Hay que distinguirlos del provocón, que siendo de natural manso y agradador tiene conatos de ira que canaliza tratando de provocar. Indiferencia muchas veces. O sea, el provocón es un provocador esporádico, no vocacional.

El provocador es necesario y saludable y nos hace pensar y hasta nos remueve la conciencia. Pero si la provocación es diaria deviene en pesadez, coñazo e incluso muermo. No está aún clara la relación entre provocación y halitosis, si bien es claro que ciertos provocadores lo son a cambio de dinero. Les huele la boca a sueldo. Hay quien siempre provoca para el mismo sitio y esto se le acaba notando incluso al andar. Van torcidos por la vida, unos a la derecha y otros a la izquierda. Por eso a veces tienen dificultad en los pasos de cebra si el coche les viene por uno de los ángulos visuales que se les queda ciego. Y pasa lo que pasa, que tenemos que leer un titular del tipo: muere atropellado por un trolebús un conocido provocador zurdo que se precipitó en un paso de cebra mientras iba mirando el móvil.

Antes las provocaciones devenían en duelo. Hoy tienen forma de tuit. No hay añoranza, aunque, ay, de qué forma más tonta hemos perdido ese placer de ver cómo dos idiotas se disparaban y al menos uno quedaba turulato.

Es un provocador, se dice de alguien como elogiándolo. Tal vez decir eso sea una provocación en sí misma: nos provoca aburrimiento. El provocador es confundido a veces con el procaz. Con el blasfemo. Con el transgresor. Han puesto un transgresor en mi edificio y ya no tengo que subir por las escaleras. Mi provocación favorita es provocar sonrisas. No conviene tomar la provocación como sinónimo de producir algo malo. El arte provoca. Provoca incluso que nos gastemos dinero en un museo. Provoca erotismo un movimiento sexy y provoca alegría el éxito de un amigo. Provoca escribir si la mañana es de verano y se ve el mar por la ventana mientras recibimos la caricia del aire acondicionado. Y un donut. Se provoca uno a sí mismo imaginando que si culmina el artículo a buena hora podrá bajar a darse un chapuzón. Y así provocar a los peces, que a su vez al moverse podrían provocar olas que provocasen placer estético en un poeta que las observara y las convirtiera luego en materia de versos. Versos provocativos, ondulados, espumosos; versos que provocasen la vocación de un editor. Libro de versos, qué dulce provocación.

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