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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Valtònyc, de esperpento con Junqueras y Puigdemont

El llamado reencuentro entre desubicados dirigentes del independentismo catalán ha tenido en el presunto rapero adecuado testigo de excepción del disparate exhibido

La foto de portada de ayer de Diario de Mallorca es de las que se afirma, utilizando el tópico, que no requiere comentario alguno. En el caso que nos ocupa es incluso excesivamente evidente: Josep Miquel Arenas, autodenominado rapero, que atiende por Valtònyc, aparece junto a Junqueras y Puigdemont en Waterloo, plaza en la que el gran corso perdió la batalla decisiva en la alborada del siglo XIX, vencido por Wellington, al que acompañó la fortuna que antes acunó a Napoleón; Waterloo, ciudad incorporada a la historia de Europa, álbum de ABBA, hoy asiento de Puigdemont, de los «exilados» independentistas que han pretendido convertirla en capital de inaprensible ectoplasma denominado república catalana. En ella aguarda Josep Miquel Arenas el desenlace de ese otro esperpento incompatible, en opinión de este periodista, con el fundamental derecho a la libertad de expresión, que tantas veces horadan los jueces españoles, que ha sido su condena a prisión por la demanda penal interpuesta por Jorge Campos, dirigente de la extrema derecha de Vox cada vez más enquistada en el neofascismo, que no se recata en señalar a periodistas (editor de la revista satírica El Jueves) para que se les administre adecuada dosis de la medicina que el nazi fascismo recetó a los enemigos. En lo que estábamos: Arenas aparece en la foto del esperpento acompañando a Puigdemont y a Junqueras; ambos no parecen descongelar sus relaciones sino más bien ratifican en que la nevera no ha entrado en el período de obsolescencia programada. El rapero, reiteremos que llamarlo así es indecoroso exceso, aguarda en Bélgica a que se dilucide si es extraditado para ingresar en la cárcel, deseo ferviente del falangista Campos, que, de poder, las llenaría de desafectos a España, a su España, que no es todavía la de la inmensa mayoría aunque en ello mantiene sus cuitas.

Oriol Junqueras se ha hecho partícipe de la retahíla de insultos con los que Arenas increpa, mejor pretende, a los que, al igual que Campos en su campo, considera contrarios al espíritu de la Cataluña inmortal. La bajada de tensión independentista que adjudica al presidente de ERC le ha llevado a decir de él que está «blanqueando» España. Posiblemente no sepa a qué diantres se refiere; es asunto carente de importancia. Se lo habrá oído reiteradamente a Puigdemont. La palabra del líder supremo no se discute. Tampoco se entra en discernir su significado. El de Waterloo, mártir de la causa, no ha de ser explicado, como no lo es el insondable misterio del Dios uno y trino.

El disparate que protagonizan los de la foto no se plasmaría sin la anuencia disparatada de los jueces que han contribuido decisivamente a fibrilar la vida política española: cárcel para los independentistas, cárcel para los que vociferan sandeces, multas a diestro y siniestro, represiones que en Europa no avalan e inquietan. La peripecia de Josep Miquel Arenas, que en media Europa o Estados Unidos, jamás habría más allá de formar parte de listado de descerebrados, ilustra las carencias que nos afligen desde que se ha entrado en la espiral de restringir libertades básicas. Que Vox señale a periodistas va de suyo. Está en su indeclinable condición de partido pseudo fascista. Profundamente antiliberal. Se constata allí donde el PP le concede suficiente margen de actuación: Murcia, Madrid. Pero que desde sectores influyentes de la Judicatura se recorra sendero con algunas equivalencias resulta francamente inquietante. Desasosiega a los que seguimos creyendo en la acreditada superioridad de la llamada democracia liberal sobre cualquier otra concepción socio política al uso. La Unión Europea emplaza al Gobierno húngaro a que detenga la acelerada trayectoria autoritaria. En España es el poder judicial el que trompica.

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