No sé si los ganaderos tienen más miedo a la lengua azul o al cierre de los mercados. Imagino que a ambas cosas. Pero mientras saben cómo prevenir y actuar ante la enfermedad y saben que la clave está en la campaña de vacunación, no saben bien qué hacer para frenar el impacto económico y que los consumidores hagan una apuesta clara por sus producciones. Lo primero será responsabilidad de la administración agraria y de una buena coordinación con todos los actores involucrados. Lo segundo, será responsabilidad de que, entre todos, logremos generar tranquilidad y confianza en la ciudadanía, y la conciencia clara de la bondad y calidad de nuestros productos.

En este sentido, hemos empezado bien. Yo diría que muy bien. Desde que el viernes día 25 de junio la Consellería emitió la nota de prensa confirmando el primer caso positivo de lengua azul, he contabilizado más de una treintena de noticias en todos los diarios, radios y en la televisión. Todas han sido extremadamente cuidadosas y prudentes. Por supuesto todas han informado con veracidad de los hechos, pero al mismo tiempo, creo que en todas se ha puesto un ‘mimo’ especial a la hora de trasladar la información. En todo el tratamiento informativo se remarca el revés tan serio que supone para el sector ganadero después de la pandemia. Todos los medios han reproducido el mensaje tranquilizador de que la enfermedad no se transmite al ser humano. Todos han animado a consumir producto balear. El primer envite está resuelto. Hay un éxito comunicativo muy importante que debemos mantener y que públicamente agradezco.

La lengua azul es una enfermedad vírica infecciosa que se transmite a través de la picadura de un mosquito, que en ningún caso es contagiosa, y en ningún caso y de ninguna forma se transmite al ser humano. No me toca en este artículo explicar el trabajo realizado durante las primeras dos semanas, que abarcan la fase de detección y declaración oficial de la enfermedad, y de los primeros pasos para poner en marcha el protocolo de actuación. Esto se juzgará en breve y no seré yo quien lo haga. En este momento me toca animar encarecidamente al consumo de carne y productos ganaderos de las Illes Balears. La cadena alimentaria funciona de manera segura y todos los operadores hacen un trabajo excelente. La seguridad alimentaria se controla desde la producción hasta el consumo por una red de profesionales, en su mayor parte veterinarios, y que forman parte del sistema de salud pública.

Pero animar al consumo de carne balear pasa por tomar conciencia de cuál es el punto de partida porque los datos ya eran preocupantes antes de llegar la lengua azul. Los datos del informe sobre comportamiento alimentario en España muestran cómo el consumo en los hogares de Illes Balears de carne de cordero o cabrito es apenas de 1,2 kg por habitante y año, y que consumimos 4,3 kg de carne de vacuno al año. Aunque la producción balear de cordero podría cubrir el 77% del consumo y la producción de vacuno de Balears garantizaría el 33,6% del consumo, sin embargo, la realidad es que aproximadamente el 50% del cordero y cerca del 80% de la ternera que se consume en los hogares viene de fuera. Estos datos no incluyen el consumo que se produce en restaurantes y el que realiza el turismo. Por lo tanto, cuando hago una llamada a un consumo consciente, lo hago a las familias, a los restaurantes, y al sector de la hostelería. Todos tenemos un margen de maniobra importante para mostrar un apoyo real al sector ganadero. Por otra parte y aunque es necesario clarificar el sistema de identificación del producto cárnico local, el consumidor tiene formas para encontrarlo. Desde las carnicerías hasta algunas grandes cadenas de distribución alimentarias ya identifican de formas diversas cuando una carne es criada y sacrificada en las Illes Balears. No hay excusa, sea chuletón, chuletillas, pierna, paletilla, carne picada o carne para guisar, pero hagamos realidad el lema Ara més que mai, triam producte local.