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Juan José Millas

Tierra de nadie

Juan José Millás

Cobertura

L a taxista, que había activado el manos libres del móvil, mantenía con su cónyuge una conversación de la que yo fatalmente era testigo. Repleta de lugares comunes como estaba, no presté demasiada atención a sus palabras hasta que ella dijo:

-Vale, me llevo un juego de cama y mi almohada.

La frase me impactó de tal modo que me perdí la despedida. «Me llevo un juego de cama y mi almohada», repetí para mis adentros. A veces, eso es lo único que puedes rescatar de una relación de veinte o treinta años. Veinte o treinta años reducidos a un juego de cama y una almohada. Me imaginé a la taxista yendo a la casa - ¡Qué separación tan civilizada! -me atreví a opinar en voz alta.

-Es que ya la tenemos muy ensayada -dijo ella-, es la tercera o la cuarta vez que rompemos.

- ¿Y siempre se va usted?

-Sí, porque el piso es suyo. Se lo regalaron sus padres.

- ¿Y se lleva siempre las sábanas y la almohada?

Se echó a reír.

-Tenemos cosas de más valor -respondió-, pero cuando me meto entre esas sábanas y apoyo la cabeza en la almohada, tengo la impresión de que seguimos juntos.

-Habla como si no quisieran separarse -concluí.

-Y no queremos -dijo ella-, pero hay algo más fuerte que nuestro deseo. En todo caso, creo que esta vez es la definitiva.

En ese instante, una ambulancia pasó rozándonos y empezaron a caer unas gotas que dejaban trazas de barro sobre el limpiaparabrisas. Si hubiera tenido valor, le habría dicho que la acompañaba a recoger el juego de cama y la almohada para que no se enfrentara sola a ese momento. Pero no lo tuve, aunque habría sido hermoso, pienso ahora. Intenté pagarle con la tarjeta de crédito, pero no había cobertura y tuve que tirar del efectivo. Al darme la vuelta de los veinte euros que le había entregado, sentí que ella se llevaba algo mío y yo algo suyo.

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