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Joaquín Rábago

Quo vadis?, Pablo Casado

Escuchaba el otro día por radio desde Berlín el discurso incendiario del líder de la oposición contra el Gobierno de los indultos y me decía para mis adentros: «¡Menos mal que estamos en Europa!».

Llamé por teléfono a un viejo amigo de mis tiempos del semanario antifranquista Triunfo, de quien sabía que estaba también siguiendo la sesión en las Cortes y al que yo había prestado el libro de Paul Preston Un pueblo traicionado.

«Es como si nos hubiesen retrotraído de pronto a tiempos de nuestra Segunda República», comentó aquél sobre lo que sucedía en ese momento en el Parlamento.

El lenguaje de Casado y Abascal, que últimamente tanto montan, si no es que el primero supera incluso a éste, resultaban tan incendiarios como muchos de los pronunciados en aquel período de nuestra historia truncado por un golpe militar.

Es como si unos líderes que pugnan entre sí para ver quién profiere las mayores barbaridades contra un Gobierno al que detestan y cuya legitimidad no reconocen añoraran de pronto los tiempos de aquella «¡España, una, grande y libre!».

Para el líder de Vox, el actual Gobierno era decididamente el peor de los últimos ochenta años. Prefería, pues, Santiago Abascal la dictadura franquista porque supo meter en cintura a los catalanes que no hablaban «en cristiano».

Y hasta Pablo Casado pareció blanquear en su respuesta a Pedro Sánchez el golpe militar de Franco al deslegitimar a la República y caracterizar caprichosamente la Guerra Civil como un simple enfrentamiento entre «quienes querían democracia sin ley y quienes querían ley sin democracia».

Después de escuchar esa y otras intervenciones similares del líder del PP, parece un sarcasmo que haya medios que siguen calificando a su partido como de «centro derecha», como puede ser la CDU de la canciller Angela Merkel.

Se puede estar de acuerdo o no con los indultos que ha concedido el Gobierno a los llamados «presos del procés», pero ¿no hay argumentos mejores que llamar al líder del PSOE «infame», «hombre de paja de los nacionalistas» o «caballo de Troya de quienes quieren destruir España»?

¿O que el hecho de justificar el recurso presentado por el PP contra esa medida de gracia por considerarla «un atropello» a «millones de españoles indignados» por la «deriva independentista» de Sánchez?

Quien firma estas líneas, y me imagino que también numerosos españoles, catalanes o no, no nos sentimos de ningún modo «atropellados» por el hecho de que unos políticos que delinquieron y han purgado en la cárcel al menos parte de su pena hayan podido recuperar al fin la libertad.

No sé, ni creo que nadie sepa, si los indultos contribuirán a encontrar una solución llevadera al conflicto catalán, pero de lo que estoy convencido es de que en la Europa del siglo XXI no se puede resolverlo enviando allí a la acorazada Brunete como parece pasarles por la cabeza a algunos descerebrados.

Es cierto que la intransigencia de unos y de otros, de los independentistas más furibundos y de los exaltados centralistas, no favorece el clima de diálogo. Y éste es hoy más necesario que nunca para al menos «conllevarnos», como decía Ortega, catalanes y el resto de los españoles.

«El problema catalán», explicaba el filósofo en el debate de 1932 sobre el Estatut catalán, «es un factor continuo en la Historia de España. Lo único que podemos hacer es conllevarlo, dándole en todo momento la solución mejor».

Y si cree Casado que hay en este momento otra solución mejor que el diálogo y que no pase por la pura y simple represión, que nos la diga. Pero deje de una vez los insultos y las fatigosas acusaciones de «traición» y «felonía», que no estamos ya en la España de don Pelayo.

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