Diario de Mallorca

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Allá por los años de la postguerra, en plena dictadura del general Franco, un aprendiz de novelista fue a ver al escritor más reputado de entonces con un ruego; que le diese una idea para una novela. El autor de renombre le dijo: apunte usted. Un hombre va por la calle y se cruza con una mujer que le mira a los ojos. Escriba usted la novela.

Se ve que eran tiempos difíciles pero de recorrido más sencillo para los literatos. La llamada ley Trans, que acaba de aprobar el Consejo de Ministros, incluye en su articulado una fórmula para superar lo que hasta ahora conocíamos como dualidad de sexos, es decir, mujeres y hombres, para proteger los derechos de quienes desde el punto de vista de su dotación cromosómica son varones o mujeres pero quieren ser otra cosa. Si la ley se aprueba en las Cortes, que se aprobará, en lugar de mujeres habrá personas con capacidad de gestar que pueden declararse a la vez lo que quieran en materia de sexo. Llegamos así a la meta de trasladar a la condición de ley uno de los diálogos más famosos de la película La vida de Brian, aquél de los miembros del Frente popular de Judea —enemigos viscerales de los del Frente judaico popular—discutiendo en el circo si un hombre puede decidir que es una mujer sin más que afirmarlo.

Son malas noticias para la literatura, ya digo. Intente usted escribir una novela a partir del instante en el que una persona sin capacidad de gestar se cruza por la calle con otra con capacidad para hacerlo y, tras mirarla a los ojos, se enamora de ella. Dejando de lado las dificultades para declararse, porque por esa vía se llega muy pronto al acoso sexual, el personaje se va a ver condenado durante todas las páginas a ser referido mediante una frase en vez de una sola palabra. Ya era complicado escribir La excelente y lamentable tragedia de Romeo y Julieta pero me habría gustado ver a Shakespeare hacerlo metiendo en los diálogos de su obra a la persona con capacidad para gestar intentando que su padre, la persona sin capacidad para gestar Capuleto, aceptase a un Montesco. Aunque, por otra parte, hubiese sido magnífico contar con la imaginación del bardo inmortal de Avon para poder ilustrar cualquier historia trans usando todos los otros artículos distintos al masculino y femenino de siempre.

Torturada la sintaxis, ajusticiada la gramática y condenada a muerte cualquier obra que se sirva de ambas, nos queda deleitarnos con el título de las leyes. La que inspira esta cuartilla se llama, creo, ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos LGTBI. Compadezco a quienes hayan de referirse a ella en términos oficiales aunque puede que en catalán, gallego o euskera suene mejor. Por cierto, la persona sin capacidad para gestar a la que el aprendiz pidió consejo en la postguerra era mi padre. Y yo su hije.

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