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Pilar Garcés

El desliz | Este curso raro, al que seguirá otro

Las escuelas han sido lugares seguros gracias al buen trabajo de la comunidad educativa, que merecería un compromiso de aumentar las inversiones públicas para paliar la falta de recursos a que se les aboca

Este curso raro, al que seguirá otro

La noticia de la semana por casa es que ha terminado exitosamente un curso que empezó con la perspectiva de dificultad de una excursión al Himalaya sin oxígeno. Ojalá la magnanimidad de Pedro Sánchez hubiera alcanzado a la escuela, indultando de la mascarilla en exteriores a los alumnos para permitirles disfrutar un poco en el patio estos últimos días de curso. No ha podido ser. Nos han llegado en tiempo y forma el anuncio, el bombo y los platillos, pero no la gracia. Por dos jornadas y media no nos vamos a quejar, después de todo lo que hemos pasado. Ni un contagio, ni una cuarentena, ni un día perdido. Ni un desvío de la férrea planificación marcada para la vida en las aulas, y en los espacios comunes. Cientos de mascarillas, litros de gel desinfectante y kilómetros caminados por carriles señalizados después le hemos ganado al bicho una partida a base de esfuerzo, disciplina y responsabilidad. La comunidad educativa se merece un sobresaliente en capacidad de adaptación a las circunstancias adversas: los colegios han sacado petróleo del desierto de ayudas que les han ofrecido nuestras siempre autocomplacientes autoridades. Los profesores han contribuido a normalizar la situación más anómala, y merecen la máxima gratitud por haber fortalecido la barrera protectora alrededor de nuestros hijos al vacunarse masivamente cuando se les pidió. Les han enseñado y les han formado en unas circunstancias muy complicadas, sorteando con profesionalidad la barrera de no poder comunicarse cara a cara. A los alumnos no les ha encantado el curso, no nos vamos a engañar. Solo a una ministra que esté en la inopia como Celaá se le puede ocurrir que los niños están felices de llevar la mascarilla «porque se creen superhéroes», una declaración muy a tono con la infantilización del público a que nos tienen acostumbrados los políticos. En realidad, si les pregunta le dirán que están muy hartos de ella, de tener menos tiempo para el bocata para respetar los grupos burbuja, de pasar calor al hacer deporte, de pasar frío con las ventanas abiertas, de haberse separado de la mayoría de sus amigos, de comer solos y apartados, de no disponer de los espacios de aprendizaje sacrificados para mantener las distancias de seguridad.

Muchos retos se han asumido y se han superado este curso, que no ha sido como los demás. En la escuela pública, los maestros especialistas han hecho de tutores, los tutores de especialistas y los profesores de apoyo se han multiplicado para atender los grupos desdoblados sin los suficientes recursos, el personal de limpieza y el administrativo se ha empleado a fondo. Qué decir de la práctica desaparición de la atención a los niños con necesidades especiales, un flagrante retroceso en su integración. Los próceres que ahora se felicitan de haber logrado que la escuela sea un lugar seguro tal vez puedan ir un poco más allá y reflexionar sobre si su aportación a este logro colectivo ha estado a la altura del compromiso exhibido por docentes, alumnos y familias. Examen final de números: cuántos maestros se van a contratar, qué inversiones se van a hacer para eliminar los barracones, volverán a crecer las ratios. Porque a este curso de resistencia seguirá otro, y merecemos que sea en mejores condiciones. Me pregunto si como comunidad hemos aprendido algo de este año lectivo, además de que es posible hacer de la necesidad virtud.

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