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Jose Jaume

Desde el siglo XX | La España eterna se alza contra la antiEspaña

Las soliviantadas derechas, que al despertar cada mañana dan por hecho que cae el Gobierno socialcomunista, desempolvan el «Santiago y cierra España»

La disolución de España a manos de Pedro Sánchez, presidente constitucional, se ha consumado. La grosera traición ve la luz en el Boletín Oficial del Estado (BOE) contando con el respaldo de paniaguados empresarios, cardenales y obispos de la Iglesia católica, las izquierdas, sindicatos, separatistas y cuantos integran (integramos, conste en acta) la otrora denominada antiEspaña , los que siempre y en todo lugar quieren acabar con la nación más vieja del mundo, los que odian sus símbolos, lo que pergeñan malévolamente el cambio del régimen constitucional del 78 para liquidar, con él, la Monarquía sustituyéndola por una suerte de república confederal que licuará lo que ha sido España. Eso es lo que proclamó el lunes, en vísperas de la concesión de los indultos, el presidente del PP Pablo Casado, lo que las derechas agitaron en la plaza de Colón, lo que se lee y escucha en los medios del agit-prop madrileño, que lleva meses cuestionando, al unísono con el PP, Vox y los retales de Ciudadanos, la legitimidad del Gobierno, felón, rehén de separatistas y proetarras, de los enemigos de la nación. Es vetusta retórica, pero todavía efectiva en amplios sectores sociales, que asumen el penoso discurso que se les ofrece. Es la España eterna a punto de sublevarse contra la enésima traición de Sánchez.

Esa España eterna en la que cabe el segmento del independentismo catalán, el de Carles Puigdemont, para el que los indultos son estratagema del Estado encaminada a desarmar su movimiento, cívico, democrático, el anhelo de un pueblo a decidir libremente su futuro. La misma ridícula retórica que los que otean presunta liquidación de las Españas. Unos y otros se requieren para que la inacabable pugna se mantenga en los mismos términos en los que quedó planteada cuando en el imaginario catalán se proclamó que 1714 supuso el ocaso de sus instituciones. Más de dos siglos de mentiras, arrebatos. Más de dos centurias de absurdas y en ocasiones durísimas (dictadura franquista) represiones. Con el falso mansurrón Oriol Junqueras en libertad junto a sus conmilitones de la ilegal gamberrada de octubre de 2017 no se habrá solucionado nada. Sí se pondrá fin a excesiva y radical antiliberal sentencia del Tribunal Supremo, que en Europa no se comparte. No solo el Consejo de Europa, organismo destemplado, sino en las serias instituciones de la Unión Europea (UE), como tampoco lo han entendido solventes medios del continente, que han saludado la concesión de los indultos. Se aguarda pronunciamiento de representante cualificado de la UE. Si lo hay será para expresar opinión favorable. Nadie en Europa comparte las penas de cárcel instigadas por el presidente de la Sala de lo Penal, Manuel Marchena.

El ruido y la furia no cesarán: se incrementarán cuando se reúnan Gobierno central y el de la Generalitat, entonces reverdecerán, con qué entusiasmo, las acusaciones de traición, vende patrias e ilegitimidad, acompañados de llamamientos poco disimulados a la sublevación cívica. Es y será el estruendo de la España eterna, la que Pablo Casado, interino presidente del PP, según apreciación de la doctora en Derecho y diplomada en en Altos Estudios de la Defensa Nacional Mariola Urrea, sin sospecha, precisémoslo, de simpatizar con postulados independentistas. Lo dicho por Casado el lunes supone el asilvestramiento irreversible del PP mientras esté al frente del mismo. La derecha lo fía todo a la carbonización de Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno ha hecho, claro, arriesgado movimiento. Mantener en la cárcel a los políticos independentistas era desquiciado. Hay que recordar a Mariano José de Larra, la inscripción que leyó en el Congreso de los Diputados el Día de Difuntos de 1836: «Aquí yace media España; murió de la otra media». A Miguel de Unamuno, al exclamar en la Salamanca de 1936, «pobre España». Junio de 2021: pobre España por siempre desabrida.

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