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José Carlos Llop

¿Qué fue de todos?

Pese a que El cuarteto de Alejandría es una de las novelas más destacadas del siglo XX, y que la labor naturalista –y sus libros– de Gerald Durrell también alcanzaron proyección mundial, el éxito de la serie Los Durrell tiene menos que ver con la literatura y la ciencia y bastante más con un fenómeno que ha alterado el ecosistema cultural de nuestra geografía y sociedad: cómo el paisaje pasa de ser esencial a ser un decorado –cada vez más caro, por cierto– y se usurpa un modo de vida ajeno, convirtiéndolo en otra cosa que poco tiene que ver con el original.

Esta semana pensé en los ingleses que no vienen porque no les dejan y en los ingleses que venían y ya no vienen ni vendrán más. Lo hice, precisamente, mientras veía la secuela de la serie Los Durrell, titulada ¿Qué fue de los Durrell? El gran éxito de Los Durrell no está relacionado, repito, con el conocimiento de quienes fueron los Durrell –especialmente Lawrence y Gerald, los intelectuales de la familia– sino con la simpatía que han despertado los caracteres y el modo de vida de esta familia como si fueran seres de ficción. Y en esa simpatía me parece a mí que habita una mezcla de sublimación y voluntad de emulación. Sublimación de esa forma de vida que pocos se atreverían a llevar (entre otras cosas porque nunca, hasta ver la serie, se les había ocurrido y nunca la han llevado) y voluntad de emulación desde una seguridad –principalmente económica– que los Durrell no tenían. Sobre todo, insisto, desde esa seguridad. Algo parecido a lo que ocurrió con los anuncios de cerveza y el ‘vive mediterráneamente’: qué bonito es vivir así, mientras el bolsillo no falle. Cuando la manera de vivir de los Durrell nada tenía que ver con el bolsillo y menos aún con la seguridad, sino más bien con una inestabilidad permanente que la serie refleja en sus luces pero no en sus sombras.

En todo esto hay una apropiación de lo sencillo desde el dominio de su contrario; o sea de la búsqueda de un lujo distinto en lo que antes ni se miraba de cara o se despreciaba porque no se consideraba lujo. Y de la conversión de esta sencillez en un coto vedado, en algo exclusivo y por tanto caro. Este es un fenómeno que se extiende amparado en modas y que de triunfar –y está triunfando– excluye y deja a los pies del turismo de masas a quienes siempre huyeron de él como de la peste. Y que en esa huida descubrieron lugares en los que la avidez inmobiliaria y el afán de poseerlo todo, por ejemplo, no habían puesto los ojos y ahora los expulsa.

Uno mira Los Durrell y piensa en Gertrude Stein en El Terreno, en DH Lawrence en Porto Pi, en el poeta William Butler Yeats muy cerca… La comparación no es exacta, lo sé, pero ¿habrían venido la escritora norteamericana, el novelista inglés y el poeta irlandés de ser éste un lugar de yates fastuosos, dinero a raudales, ‘escondites privilegiados’ y toda la fanfarria al uso? ¿Habría ido el padre de Borges, con sus hijos Norah y Georgie, a vivir a Montecarlo? Pero no vayamos tan lejos, ni pensemos en millonarios rusos y otras hierbas alemanas o suecas para soslayar nuestra responsabilidad. ¿De verdad serían tantos los que se podrían identificar con los Durrell más allá de la sublimación citada? Yo no lo creo. Las vidas de los otros son a veces un consuelo para la propia y otras un enriquecimiento, pero tanto uno como otro son efímeros si no se posee el don de esos otros: la originalidad, su carácter pionero y una personalidad determinada que siendo brillante y atractiva no siempre acaba bien. De hecho, por serlo no suele acabar bien. Y eso es algo que evita la secuela ¿Qué fue de los Durrell? Como si el paraíso tuviera una prolongación en la vida adulta y la vida adulta no fuera, precisamente, la pérdida del paraíso que se disfrutó mientras el destino quiso.

¿Qué fue de Los Durrell? se centra en los éxitos naturalistas de Gerald –cuya ‘Trilogía de Corfú’ ha sido la base para realizar el guión de la serie–, pero poco más. De su hermano Lawrence apenas nada se dice. De Margot, si fa, no fa. Y Leslie es un desaparecido y no explican por qué. En cuanto al eje y pilar materno, ella ya es una anciana a la que Gerald acoge en su casa de Jersey y luego muere. En fin que es un documental que nunca se habría realizado de no tener la serie tanto éxito y que aún así nada aporta, sino que en cierto modo, desmerece. Más fuerza le habría dado adentrarse en la decadencia literaria de Lawrence Durrell y en la turbiedad de la relación con su hija, pero en cuanto al sentimiento trágico de la vida ya nos basta con los nuestros.

¿Los nuestros, dice? Pues sí: lo más parecido que hemos tenido a Los Durrell –y nada que ver, ya dije: el sentimiento trágico de la vida española– han sido los Panero y sus dos películas: El desencanto, de Jaime Chávarri, y Después de tantos años, de Ricardo Franco, que sería el equivalente a la secuela ¿Qué fue de los Durrell? Tenemos más, sin duda, y libros en los que basarse: la familia Baroja, por ejemplo, y la familia Goytisolo. Y en Mallorca los hermanos Villalonga, Llorenç y Miguel, un poco por los pelos, y la familia Sureda, que siempre he dicho que son nuestro Bloomsbury particular. No olvido a los Graves –donde no hay sentimiento trágico de la vida y sí en cambio buenos escritos: los del poeta sobre su relación con la isla, y los de sus hijos Lucía, William y Tomás–, pero sería preferible una producción y equipo británicos. Los demás esperarían una subvención y ya se sabe que sin riesgo no hay aventura. La madre de los hermanos Durrell, cuando se fue a Corfú con su familia, lo sabía muy bien.

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