Siento darle esta triste noticia al alcalde de Palma. Las 400 palmeras de la especie Washingtonia Robusta que con tanto entusiasmo ha empezado a plantar en la Playa de Palma no pueden subir al marcador de árboles de la plaza de España, ese ingenio digital con el que Cort se ha dispuesto anunciar a la ciudadanía que es posible acabar con el cambio climático mundial sin salir de la ciudad. Pida el VAR, si quiere, reúna a la comisión de parques y jardines o a la de memoria histórica, que lleva un tiempo sin dar frutos, pero las palmeras son plantas arborescentes, no árboles. Tan cierto como que los almirantes Churruca, Gravina y Cervera no participaron en ningún episodio de la Guerra Civil, aunque casi cuela. Pero ya que Palma va a convertirse antes de que termine la legislatura en una selva, conviene que lo haga con propiedad. Y la promesa municipal fue sembrar 10.000 árboles, no palmeras. Cierto que los nuevos ejemplares llegan a la Playa de Palma más creciditos y aparentes que los raquíticos árboles que han empezado a sembrarse en las barriadas, que todavía no superan en tamaño a la estaca que los sustenta, o los minipinos con los que periódicamente se reforestan zonas de Bellver y de cuya sombras disfrutarán nuestros nietos.
Pero mientras esperamos que eso ocurra, sepa que el alcalde celebra dos años de legislatura y logros. Y si a usted también le pasaron desapercibidos por un despiste casual, será el propio José Hila el que se los explicará personalmente en una gira triunfal distrito a distrito, a la vez que con su equipo trabaja sin descanso en el eje cívico de Nuredduna, la remodelación del Parc de la Mar y el Paseo Marítimo, la ampliación de la cuña verde, el regreso del tranvía a la ciudad y eso que ahora se llama la «pacificación del tráfico» y antes «ir caminando por todo porque el autobús no llega puntual o lo hace lleno».