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Antonio Papell

Cede la campaña contra los indultos

Este gobierno tiene la estabilidad asegurada hasta el final de la legislatura en tanto se preserve la coalición PSOE-UP que lo forma ya que no es posible formar una opción alternativa que lo derroque en una moción de censura (no cabe imaginar que las tres derechas acabaran pactando con Bildu, con el PNV o con el nacionalismo catalán). Además, la prórroga de los presupuestos de este año podría valerle al Ejecutivo para concluir el cuatrienio sin problemas. Por consiguiente, no dicen la verdad quienes hablan, desde la judicatura o desde la política, de que este Ejecutivo busca autoindultarse para perdurar. 

Dicho esto, es patente que los indultos acarrearán al Gobierno graves problemas, seguramente mayores que los que le hubiese deparado la pasividad. Sin embargo, es plausible el afán por resolver el problema catalán, que no desaparecerá espontáneamente como cualquier mediano entendedor comprenderá enseguida. En definitiva, el Gobierno se la juega, pero no para obtener un beneficio sino para prestar un servicio público porque considera que es su obligación buscar el interés general por ese camino 

 El presidente del a CEOE, Garamendi, declaró el jueves en RNE desde Barcelona –donde asistía al ya tradicional foro empresarial organizado por el Círculo de Economía—  al respecto de los indultos que «si las cosas se normalizan, bienvenidos sean», no sin reconocer que en la patronal hay opiniones muy diversas. «Nosotros pensamos —añadió— que si [el indulto] está en el Estado de Derecho es una facultad y ahí no vamos a entrar». Más enfática y cálida ha sido la posición de Javier Faus, presidente del Círculo de Economía, quien el miércoles, en la inauguración del foro, manifestó que «cualquier medida amparada en el marco legal tendrá nuestro apoyo». Y añadió más abajo que hay que abogar por la concordia «que sane heridas» por lo que pidió a un lado y a otro «gestos de ida y vuelta». 

No es tampoco irrelevante que la conferencia episcopal catalana se haya posicionado a favor de los indultos, cuando la iglesia no tiene motivos para mostrarse muy progubernamental en estos momentos: la ley Celaá no favorece a la escuela concertada y está en marcha una normativa que revertirá la inmatriculación de bienes inmuebles que la Iglesia ha puesto a su nombre indebidamente. En cualquier caso, parece que la posición de los diez obispos catalanes podría asimilarse a la de las clases medias catalanas, deseosas de que retornen la concordia y el ‘seny’.

La manifestación del pasado domingo no fue tampoco un éxito. Al margen de que hubiera mucho menos público que en la que proporcionó la foto de Colón de 2019, Casado pasó inadvertido, eclipsado por una Ayuso que además se metió en un absurdo jardín al invocar inapropiadamente a la Corona en un dislate que solo ha servido para poner en evidencia la falta de autoridad de su jefe de filas. Y el interés manifiesto de los tres líderes conservadores por no coincidir evidenciaba que la causa del encuentro no era clara: nadie, salvo la excéntrica Rosa Díez —cuyo prestigio está arruinado hace tiempo— quiso asumir el coste de la insolidaridad de la manifestación negativa que se había convocado y que una inmensa mayoría de catalanes interpretó como un insulto.

Los actos de Barcelona de esta semana, los convocados por el Círculo de Economía y por el congreso de Móviles, han evidenciado con toda claridad un cierto cambio de clima, desde la enemistad más hosca hasta un horizonte esperanzado, al término de un proceso delirante que ha desgastado a todos. La carta de Junqueras al fondo rompió el levísimo cristal de la utópica virginidad soberanista y hoy las cosas se ven con mucho mayor realismo. En Cataluña, se abre paso —pese a la estricta censura de los independentistas— un cierto clamor aperturista y dialogante, que el resto de España percibe con claridad. Y empieza a ser patente que la iniciativa gubernamental de cortar el nudo gordiano mediante la generosidad y la magnanimidad es una atinada manera de provocar un cambio de clima que puede aportar soluciones a un episodio que dura demasiado tiempo y que ha llevado a Cataluña al borde de sus fuerzas.

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