Resultan patéticos los esfuerzos de nuestro Gobierno por arrojar la luz más favorable posible sobre el intercambio verbal del presidente de EEUU, Joe Biden, y Pedro Sánchez mientras avanzaban por un pasillo en la sede bruselense de la OTAN.

Según el propio Sánchez, pese a la brevedad de la conversación, le había dado tiempo a hablar con Biden de la necesidad de «reforzar los lazos militares», de la situación en América Latina y de la agenda de la nueva Casa Blanca.

Son tantos temas para tan pocos segundos que tal afirmación de boca de nuestro presidente del Gobierno no puede sino provocar incredulidad incluso en los más crédulos.

Fue sin duda un grave error que se anunciara previamente una supuesta reunión entre ambos políticos en lo que cabe interpretar como un intento, finalmente frustrado, de demostrar lo mucho que contamos en Washington.

No nos engañemos: para los norteamericanos, Europa es sobre todo Francia, país que desde que lo gobernó Charles de Gaulle se ha hecho siempre respetar al otro lado del Atlántico. Como es también Alemania gracias al enorme peso económico y a la centralidad de ese país.

Cuentan asimismo en EEUU algunos países del Este de Europa que formaron parte del Pacto de Varsovia, están hoy plenamente integrados en la Alianza Atlántica y le sirven a Washington pues son seguros aliados frente a una Rusia de la que instintivamente desconfían.

A España parecen asociarla todavía muchos allí con los países de su misma lengua del centro y sur del continente americano, países de gobiernos inestables por los que los protestantes anglosajones blancos, los wasps, siempre han manifestado desdén.

Nuestro país, que ha dejado una profunda huella también en los territorios del sur de EEUU, muchos de ellos arrebatados a México, y cuya lengua hablan millones de familias inmigrantes en EEUU, merecería sin duda mayor consideración por parte de Washington.

Pero para merecer respeto hay sobre todo que hacerse respetar, y eso es algo de lo que España, con un complejo de inferioridad seguramente derivado de los años de dictadura franquista, no ha sido hasta ahora capaz. 

Recuerda siempre mi colega Miguel Ángel Aguilar que la única vez que se adoptó una actitud más decorosa fue cuando en 1988, con el diplomático Máximo Cajal al frente de la delegación española, se negoció «a cara de perro» la reducción de la presencia militar estadounidense en cumplimiento de un compromiso adquirido con la entrada de España en la OTAN.

Nuestro papel no puede reducirse al de servir sólo de base logística para los aviones y buques de EEUU que operan en Oriente Medio o en África ya sea en el marco de la Alianza Atlántica o al margen de esa organización siempre en busca de un enemigo.

Una de las dos bases militares con que cuenta EEUU en España, la de Rota, tiene la máxima importancia estratégica para la superpotencia, y resulta significativo que el año pasado Marruecos ofreciese a Washington la posibilidad de sustituirla por otra en su territorio en caso de no renovarse el convenio bilateral con Madrid.

EEUU lleva a cabo actualmente en Marruecos grandes maniobras a cargo de su Comando para África en las que España ha declinado participar junto a otros aliados europeos por temor a que incluyesen al Sáhara occidental.

Rabat parece considerar esos ejercicios militares como un nuevo espaldarazo a su ocupación ilegal de la antigua colonia española tras el reconocimiento por el anterior presidente de EEUU de la soberanía marroquí sobre un territorio que su monarquía feudal ocupó ilegalmente. ¡Tener amigos para esto!