El tomate es un cultivo amenazado. Sus cifras de comercialización son aún muy importantes. Pero, si recorremos la curva de su superficie de producción en los últimos años, o si recordamos, por ejemplo, la experiencia de la judía en Almería, o si analizamos los planes de expansión de Mohamed VI para la hortofruticultura de Marruecos a 2030, da vértigo.

En la actualidad, el principal factor de competitividad de este sector es la competencia de producto llegado desde terceros países, especialmente, desde Marruecos y amparado por el ‘Acuerdo UE-Marruecos’. Sus exportaciones coinciden plenamente con nuestro calendario de producción en condiciones muy ventajosas. Ello, gracias a unos menores costes de mano de obra, y a la mayor permisividad en el manejo fitosanitario y medioambiental del cultivo en ese país que conlleva también una reducción de costes. Mientras que las exportaciones de Marruecos a la UE se han más que duplicado en este siglo, las exportaciones a ese mercado desde Almería, mayor exportadora de tomate española, han caído un 20% en los últimos cinco años.

Las condiciones de exportación desde Marruecos a la UE están reguladas por el ‘Acuerdo de Asociación’. Éste -en el caso del tomate- conlleva la aplicación de determinadas medidas en atención (teóricamente) a la sensibilidad de este producto y dirigidas a asegurar cierto nivel de preferencia comunitaria: sistema de precios de entrada para definir en su caso derechos específicos; pago de derechos ad valorem para las cantidades que sobrepasen el contingente libre de arancel de 285.000 toneladas. Además, este acuerdo prevé una cláusula de salvaguardia que permitiría adoptar medidas en caso de grave perturbación del mercado o perjuicio al productor.

Sin embargo, la realidad es que ninguna de estas disposiciones está siendo efectiva. El mecanismo de precios de entrada es ineficaz. O sea, no existe en la práctica un precio mínimo garantizado. El derecho ad valorem que se aplicaría a las importaciones que superan el cupo, por una parte, está muy rebajado; y, ni, aun así, existe constancia de que la UE esté recaudando los correspondientes aranceles. Tampoco existe un tope a la entrada sin arancel de tomate marroquí. Finalmente, a pesar de la grave crisis del sector debida a la presión de las importaciones, nunca se ha desencadenado la cláusula de salvaguardia. Es decir, el tomate marroquí entra en la UE a cualquier precio.

Como consecuencia de estas circunstancias, la exportación de Marruecos a la UE -a precios que no permiten competir a la UE- no ha hecho más que crecer en los últimos años, hasta casi duplicar en 2020 el contingente con más de 500.000 toneladas exportadas. De resultas y al mismo ritmo, los precios en la UE se desploman hasta niveles que no cubren los costes de nuestros productores, el cultivo se abandona, y la cuota de mercado del principal país productor, España, decrece año tras año. Y para mayor gravedad, el traslado de superficies hacia otros cultivos alternativos podría perturbar el equilibrio de éstos.

No digo nada nuevo, ni que no sepamos todos, sector y administración.