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Isabel Olmos

Claro que los jóvenes ahora tienen menos

Sería el año 1997 o 1998 a más tardar cuando la profesora de Sociología de la carrera nos propuso hacer un trabajo sobre el nivel de ingresos y propiedades de cada una de las generaciones que nos habían precedido en nuestra familia con el objetivo de ver cómo cada una de ellas había mejorado sus condiciones de vida materiales con respecto a la anterior. Durante unas semanas llenamos plantillas para responder preguntas como ¿tus bisabuelos vivían en una casa en propiedad, alquilada, compartida? ¿Tuvieron tus abuelos algún electrodoméstico? ¿A qué edad se compraron tus padres su piso? El estudio era ciertamente interesante porque además de convertirnos a cada uno de nosotros en una especie de antropólogo dentro de nuestro sistema familiar, evidenció lo que la profesora quería que viéramos: que hasta ese momento siempre una generación había logrado un mayor nivel adquisitivo que la anterior. Poco o mucho pero todos habían mejorado su estatus económico. Y, entonces, nos soltó la bomba, que siempre he recordado.: «Vosotros y quienes vengan después», afirmó desde la gran pizarra del aula universitaria, «vais a ser la primera generación que no va a poder mejorar lo que vuestros padres obtuvieron». La frase me impresionó. Le preguntamos porqué tenía tanta certeza en su diagnóstico y afirmó; ‘porque vais a ser la primera generación de españoles en una economía global y eso quiere decir que todo va a a cambiar’.

Suelto esto a raíz del debate resucitado por las palabras de la escritora Ana Iris Simón en el acto de despoblación ante el presidente del Gobierno Pedro Sánchez y que me hizo recordar a mi profesora, más de dos décadas después. Quien haya leído el libro Feria sabrá que lo que hizo la periodista fue repetir parte de lo que ya insiste en varios capítulos de su obra y es esa constante sensación de incertidumbre laboral y material que acompaña a la generación de finales de los 80 y principios de los 90.

Me leí Feria cuando ya todo el ruido estaba generado y a pleno volumen así que intenté silenciarlo y ver qué me tenía que contar Simón desde su ancho aunque pequeño lugar en el mundo. Y confieso que el libro me atrapó. No comparto con ella sus referentes más conservadores simplemente porque no son los míos pero hace mucho tiempo que leo también -o lo intento- a aquellos con los que no comparto alguna forma de ver la vida. Pero, sin duda, me veo retratada en su pasión por el clan, en su caso ese clan comunista que con tanto amor retrata; en esas historias que perviven de boca en boca, generación tras generación como un tratado de lealtad de unos con otros; en esos ‘héroes de la guerra’ que siempre ocupan tanto espacio en la memoria colectiva, o en las pérdidas y los momentos de vida que narra con una distanciada pero entregada emoción.

Claro que su generación ha perdido poder económico, claro. Trabajos precarios, sueldos irrisorios, alquileres prohibitivos y nulo margen para el ahorro en un circulo vicioso. Y las más perjudicadas son las mujeres. Siempre las mujeres. Antes sin derechos y ahora con más pero doblemente afectadas por esta precariedad que les dicta si pueden o no tener hijos. No es la biología, es la economía quien establece cuando, cómo y donde. El capitalismo se ha sofisticado y, como decimos los valencianos ‘fila més prim’. Pero eso ya lo sabía mi profe de Sociología antes del 2000.

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