Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Victimitas

¿Saben una cosa que no soporto? A los victimitas. Me refiero a esa clase de persona que se queja por todo, que no sabe contestar a un «¿qué tal?» sino con un «bueno…» cuando no con un pavoroso «regular» o «mal» que va seguido de una diatriba sobre el mundo o un conteo de sus dolores y sus malestares varios que hace temblar al más valiente.

Yo los llamo llorones, aunque el nuevo lenguaje psicomolón prefiere denominarlos personas tóxicas, y los especialistas nos recomiendan huir de ellos como de una condena a galeras.

Por lo general el/la victimita peca bastante de personalidad egocéntrica y narcisista. Cree que el mundo –así, en abstracto, para qué concretar– está en su contra, y su discurso se construye a base de quejas, críticas y pesimismo a raudales.

Cada vez veo más gente que en su currículo se define a sí misma como «solucionador de problemas» para alentar una posible contratación. Desde luego es una virtud interesante, aunque me temo que esto se parezca a lo del inglés fluido, que del dicho al hecho… Bien, un victimita es todo lo contrario: es experto en encontrarle problemas a cualquier solución.

Pero hay varios subtipos de victimitas. Veamos los más destacados a continuación.

—El victimita hipocondríaco. Especie bastante común. Al saludo de cortesía arriba referido, contestará con su dolor de espalda, sus migrañas, los problemas estomacales (algunos van directos al tema escatológico, así, como si de verdad quisiéramos oírlo). A ese pobre hombre/mujer siempre le ocurre algo. Es la salud la que está en su contra, y, oiga, no le da un respiro.

—El victimita incomprendido. A mí este es uno de los que más me supera. De entre los narcisistas, se lleva la palma. Además de lloriquear constantemente sobre lo malo que le ocurre, se lo atribuye a los demás. Como siempre se queja y no se corta un pelo en buscar culpables, naturalmente atrae más conflictos a su vez, generando así nuevos motivos para la queja. Una serpiente que se muerde la cola y se retroalimenta a sí misma con su propio veneno.

—El victimita artista. Esta es una versión acentuada del anterior. Ve cómo su gran talento pasa desapercibido y es incapaz de comprender el por qué, de modo que se queja amargamente y de forma constante. La peligrosidad de este espécimen aumenta con un móvil en las manos. Se prodiga mucho en las redes sociales, de las cuales se decanta por Twitter, pero no desaprovecha las posibilidades para lamentarse que le brindan Instagram, Facebook y cualquier otra plataforma a su alcance.

—El victimita articulista. El periodista o generador de opinión que escoge para cada una de sus columnas algo sobre lo que vituperar. Seguro que ya les ha venido a la cabeza un ejemplo, así que no lo voy a decir yo.

—El victimita envidioso. Es especialmente desagradable. Suma a sus lamentos la crítica hacia alguien que posee lo que a él le gustaría tener y, por supuesto, cree merecer.

—El victimita que no calla ni debajo del agua. Es aquel que lo reúne todo. Habla continuamente, y el noventa por ciento del tiempo lo hace de sí mismo. Necesita ser un foco de atención constante, el epicentro sobre el que ha de girar todo lo demás. Da igual que el tema sea su dolor de muela, el jefe que le tiene manía o el árbitro que ha perjudicado a «su» equipo.

Pocas veces te echarás unas risas con un victimita. Para mí, eso es razón suficiente para que no tenga interés en contar con uno de ellos dentro de mi círculo. Pero además una persona victimita será incapaz de apoyarte en los malos momentos. Para empezar, porque un mal momento tuyo no es nada comparado con todo lo que le sucede a él. En el caso de que se centre en algo que no sea su propio ombligo, será para hacer leña del árbol caído (el tuyo, claro). En plan «total, tu trabajo era una mierda» o «claro, si es que esa tía era una zorra, se la veía de lejos». Si en cambio has alcanzado algún éxito, el contraste entre su mala suerte y tus logros constituirá motivo más que suficiente para la infelicidad más profunda (la suya, claro).

Para finalizar, os dejo un ejemplo práctico de cómo identificarlos. Si tras salir por ahí con alguien vuelves a casa con la motivación por los suelos y la autoestima por los subsuelos, con la sensación de haber salido para nada, porque encima te has dejado una pasta y además has bebido demasiado, y te tenías que haber saltado el postre, y has puesto en riesgo tu salud porque quién sabe, estás vacunado pero hay tantas nuevas variantes que cualquier cosa podría pasar, y además ni siquiera te has divertido y para más ademases el mundo es una mierda y eso no va a cambiar porque salgas un rato… entonces no es que hayas salido con un victimita. Es que el victimita eres tú.

Compartir el artículo

stats