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Joaquín Rábago

Hay quien quiere cargarse a la BBC

La casi centenaria BBC – cumplirá el primer siglo de vida el próximo año- parece haberse convertido de un tiempo a esta parte en una institución molesta para los gobiernos, sobre todo, aunque no exclusivamente, los conservadores. Con sus alrededor de 22.000 empleados, sus diez emisoras de radio y tv nacionales, además de doce regionales o locales, con su servicio mundial de noticias en numerosos idiomas, con sus cinco orquestas sinfónicas, sus documentales y sus series históricas, la BBC fue siempre un orgullo nacional.

Pero ahora parece ser ante todo un obstáculo en el camino del tan ambicioso magnate australiano Rupert Murdoch por controlar con su derechista imperio mediático la opinión pública nacional e internacional. Sobre todo desde que el tory Boris Johnson llegó al número 10 de Downing Street, no han cesado los ataques contra lo que es una institución nacional: se la acusa de «antibritánica», de «izquierdista» y de ser además demasiado costosa para los ciudadanos.

El Gobierno tory amaga con recortar el canon que pagan todos los ciudadanos por el servicio que se les ofrece y que representa la parte del león de su presupuesto anual: 3.520 millones de libras de un total de 4.900 millones (cifras del año 2020).

Formalmente autónoma, la BBC depende en realidad del Gobierno para su subsistencia ya que es éste quien tiene renueva su licencia cada diez años, y hay políticos, sobre todo del campo conservador, a quienes les gustaría someter su futuro a referéndum.

La cuestión es que los mismos británicos no parecen ponerse de acuerdo a la hora de valorarla políticamente: en una encuesta de hace tres años, un 40 por ciento de los interrogados la consideraba «partidista»: para unos estaba demasiado escorada a la izquierda; para otros, a la derecha.

La dificultad consiste en mantener perfil propio en un mundo dominado por las redes sociales y en el que cada vez más gente sólo quiere escuchar o leer lo que coincide con sus prejuicios e ignora cuanto pueda ponerlos en cuestión.

El nuevo director general, Tim Davie, que fue en su día director de marketing de PepsiCo, ha ordenado a los periodistas de la emisora la máxima imparcialidad y les prohíbe, por ejemplo, utilizar las redes sociales para opinar o refrendar opiniones ajenas. También quiere reforzar la información regional para contrarrestar la idea generalizada de que su visión del país está demasiado centrada en Londres, además de hacer la plantilla más diversa y menos elitista.

Pese a su pretendida independencia e imparcialidad, la BBC, cuyo lema inaugural es el de «informar, educar, entretener», fue en sus años fundacionales y durante mucho tiempo sostén firme de la Corona y del Imperio. Su primer director general, el escocés John Reith, quiso evitar influencias ideológicas malignas en la institución y encargó de ello al MI5.

Según el periódico The Observer, que destaparía muchos años después aquel escándalo, el servicio de inteligencia interior se dedicó a filtrar a los candidatos y llegó incluso a elaborar listas negras.

Eran tiempos en los que la BBC explicaba a los escolares del país que para la creación de su imperio, el Reino Unido no había empleado la fuerza, sino que los nativos habían cedido sus tierras o se habían sometido voluntariamente a los británicos.

Desde entonces ha bajado, es cierto, mucha agua por el Támesis, la BBC se ha hecho mayor y ha buscado independizarse del poder político aunque no lo esté tanto del establishment, según critica el sociólogo Tom Mills en su libro La BBC: mito de un servicio público. Sus mejores periodistas se han esforzado en dar muestras de su profesionalidad investigando a fondo, explicando el contexto de sus informaciones y sin dar tregua a los políticos cuando éstos tratan de escurrir el bulto.

Es legendario el interrogatorio al que sometió Jeremy Paxman, una de sus estrellas, al ministro del Interior Michael Howard, a quien llegó a hacer hasta doce veces la misma pregunta porque no conseguía que el político tory le contestase.

Pero la reciente polémica en torno a la manera torticera con la que uno de sus periodistas consiguió una famosa entrevista con la princesa Diana de Gales es nueva munición para quienes quieren cargarse a la BBC. Esperemos que no lo consigan.

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