Aunque los historiadores afirman que es difícil conocer en toda su dimensión la actualidad hasta verla desde la perspectiva de un momento posterior, parece evidente que estamos inmersos en una progresiva subversión del imaginario social respecto a los límites de la naturaleza biológica de la sexualidad.

Si en sus comienzos la humanidad empezó luchando por dominar la naturaleza exterior, la biotecnología actual ha abierto la posibilidad de transformar las bases neuro-anatómicas de nuestra subjetividad.

Estos días ha sido primera plana de los medios la imagen de Ellen Page, la actriz de Juno en el 2007 convertida en Elliot Page, hombre transgénero.

En la imagen Page aparece en bañador mostrando su torso desnudo tras haberse sometido a la extirpación de sus pechos.

En 2020, Anagrama publicó un libro titulado Soy el monstruo que os habla de Paul B. Preciado. El autor nació mujer (su nombre era Beatriz) y cambió su condición inyectándose elevadas dosis de testosterona, según ella (o él) cuenta, hasta consiguió una metamorfosis de su voz y el crecimiento de barba. Finalmente cambió legalmente de identidad y nombre.

El libro es la transcripción de una conferencia que Preciado dio en Paris ante 3.500 psicoanalistas, en la que expuso una concepción contraria al binarismo sexual, o sea lo masculino y femenino como únicas posibilidades identitarias cuestionando las categorías de patología y normalidad con las que la psiquiatría y el psicoanálisis tratan la sexualidad.

Las argumentaciones de Preciado en su libro y en las múltiples apariciones mediáticas de su militancia contra el carácter binario de la identidad sexual se basan en complejos conceptos políticos, sociológicos, antropológicos y psicológicos y exceden el horizonte de este artículo, pero me interesa citarlo porque expresa la posición de quienes optan por romper los límites biológicos y la posibilidad de escapar al determinismo de la identidad cromosómica.

En realidad, las propuestas que promueve Preciado suceden sobre un trasfondo que últimamente propone una visión de la sexualidad y la identidad de género como mera construcción cultural.

En un artículo de didáctica de las ciencias sociales que trata sobre la asignatura Educación para la Ciudadanía, titulado En torno a la homosexualidad, su autora Matilde Rodríguez afirma que la evolución del concepto de género está modificando las relaciones afectivo-sexuales y la tradicional asignación de los roles familiares y sociales en el contexto de una crisis del sistema patriarcal, emergiendo otros modelos familiares y diversificando el modelo social.

Diversos colectivos LGTBI visitan colegios dando información adicional a los programas de educación cívica de los niños, de modo que, a la relativamente nueva educación sexual, se suma la enseñanza de que la sexualidad puede ser homo o hetero. Y aun más, la información a los niños sostiene que, si sienten que su identidad psicológica no coincide con la cromosómica, pueden ser libres de cambiarla y que, si no se sintieran a gusto con el cuerpo con el que han nacido, los tratamientos hormonales y las vaginoplastias y faloplastias el Estado las asume.

En resumen, que la concepción binaria (femenino-masculino) es limitada y modificable.

Ya es algo conocido que el llamado Body Art, los tatuajes, piercing y ciertas cirugías estéticas pese a sus probadas y conocidas consecuencias para la salud, son un fenómeno en expansión.

Pero recientemente la confluencia de los avances en endocrinología y cirugía han abierto el acceso a los tratamientos hormonales y quirúrgicos que se utilizan para lograr la transexualidad.

La abundante documentación sobre los peligros cardiovasculares o cancerígenos de la hormonación con estrógenos o testosterona que se inoculan para feminizar a un hombre o masculinizar a una mujer, e incluso los riesgos de cruentas modificaciones quirúrgicas, no impiden que cada vez más personas opten por esa posibilidad. Objetivamente, para quienes consideran una necesidad cambiar su identidad anatómicamente determinada, los riesgos y dificultades importan menos que los deseos en juego.

Sin embargo, el objetivo de esta nota no es el problema sanitario que acarrean el llamado Body Art, las operaciones estéticas o los tratamientos para la transexualidad sino la existencia de la nueva problemática para educadores, sociólogos, juristas y psicólogos que suponen los cambios respecto a la concepción binaria de la sexualidad.

Es muy difícil encontrar análisis que permitan pensar sobre esta nueva problemática que no conlleven una carga de polémica ideológica, moral y política.

Prueba de ello es que incluso ya existen fuertes enfrentamientos entre sectores del feminismo y colectivos trans. Se utiliza el término «trans-excluyente» para distinguir feministas radicales, que niegan el acceso a la femeneidad a quienes no hayan nacido con dos cromosomas X, de las que no lo son. También expresa este enfrentamiento el término anglosajón TERF, que es el acrónimo de Trans-Exclusionary Radical Feminist en castellano «Feminista radical Trans-excluyente».

Sin embargo, en ciencia es posible comprender un fenómeno sin juzgar.

La medicina y la psicología solo puede proveer recursos bioquímicos, datos estadísticos sobre los efectos de ciertas modificaciones del metabolismo, avances de las técnicas quirúrgicas para extirpar órganos y crear modificaciones corporales o los efectos neuro-psicológicos de la modificación de las hormonas.

Posiblemente la tendencia de los humanos a ir más allá de lo conocido ha impulsado cambios tan diversos como la búsqueda de la piedra filosofal de los alquimistas, la exploración y descubrimiento de nuevos continentes primero y del espacio después, sin embargo, lo novedoso de la tendencia actual radica en que ese más allá se está buscando en la propia identidad.

Para la psicología supone una revisión de los criterios de normalidad, de los fenómenos identitarios o de la educación infantil.

Es una ironía que el mayor de todos los logros contra la imposición de la biología, como sería la inmortalidad, no solo no esté en el horizonte, sino que el precio de estos intentos pueda acarrear el riesgo de un acortamiento de la vida.

En ese sentido nada ha cambiado del mecanismo psíquico universal que es la fuerza del deseo y la búsqueda de conseguir el objeto de ese deseo.

La última película que dirigió el genial Buñuel lleva un título que lo dice todo Ese oscuro objeto del deseo.

Para la psicología clínica el objeto del deseo no es oscuro sino inexistente, aunque un espejismo permita que se encarne cada vez en otro objeto.

Lo asombroso de la tendencia actual es que ese oscuro objeto sea la propia identidad.