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Matías Vallés

La teoría conspiranoica del origen humano del coronavirus

Un mes atrás, hablar de una covid salida del laboratorio de Wuhan era brujería, hoy adquiere vitola científica y no será la última sorpresa

La ciencia no es consenso, sino enfrentamiento. Tampoco es unívoca. «Dicen los periódicos que ‘la ciencia dice’ esto o lo otro cuando habla un hombre, ¡cómo si la ciencia fuera un espíritu santo!», así resumía Unamuno en En torno al casticismo el principal asunto del planeta en pandemia. Por empezar pisando fuerte, Einstein no creía en la mecánica cuántica contra todas las evidencias, y acentuaba su incredulidad conforme se amontonaban las pruebas de su error. Con el agravante de que había infundido los principios de la asignatura.

Más cerca del coronavirus, el médico Clemenceau que llegó a primer ministro apostrofaba al químico Pasteur y sus vacunas, reprochándole una formación deficiente para adentrarse en la medicina. Estos precedentes invitarían a una cierta modestia, presente desde luego en los doctores también franceses que han reconocido que «nunca los expertos y los profanos habíamos compartido como en la covid el mismo grado de conocimiento sobre un asunto». Y así se llega al sorprendente giro del destino sobre la teoría conspiranoica del origen humano del coronavirus, o cómo lo peor de los negacionistas es que no siempre se equivocan.

Un mes atrás, hablar de una covid salida del laboratorio de Wuhan sobre coronavirus pertenecía a los dominios de la brujería. En cambio, hoy parece lógico analizar si la presencia en la ciudad china donde se origina la pandemia de un centro de altísimo nivel especializado en sus causantes, no apunta a una conexión entre ambos sucesos a examinar con detenimiento. La parsimoniosa navaja de Occam sobre la preferencia de las soluciones sencillas también es un principio científico, no solo detectivesco.

La hipótesis que rehabilita al pangolín adquiere hoy vitola científica después de un año relegada al desván, y no será la última sorpresa en la revisión crítica de la pandemia. No asombra tanto la dificultad de reconocer un error por parte de los autoproclamados guardianes de la ortodoxia, sino su seria advertencia de que barajar un error humano podría desencadenar la hostilidad hacia los asiáticos. Es decir, la cumbre del saber propone alimentar tesis adulteradas para evitar los altercados asociados al descubrimiento de la verdad.

También aquí hay precedentes de la ocultación salvífica de las verdades incómodas, en labios de la dama victoriana que predicaba que «esperemos que el hombre no descienda del mono como pretende Darwin, pero esperemos sobre todo que no se sepa». Tradicionalmente se asocia esta cita a la esposa de un obispo, porque la religión y la ciencia están más emparentadas de lo que pretenden sus practicantes respectivos. Y así se llega a la breve relación de contenciosos a evolucionar en la covid:

1) Wuhan. El aldabonazo de las discrepancias sobre el laboratorio chino demuestra que la misión de la Organización Mundial de la Salud no viajó al país asiático a investigar el auténtico origen del virus, sino a negociar una ficción aceptable para el mundo entero. La interpretación oficial o científica no debía ser embarazosa para Pekín, porque las represalias económicas se dejarían sentir en el conjunto del planeta.

2) Utilidad de los toques de queda. El enclaustramiento nocturno puede ser eficaz (equipo bioestadístico del Hospital Universitario de Toulouse), indiferente (estudio conjunto de la universidad de Giessen y de ParisTech en el Land alemán de Hesse) o incluso contraproducente (de nuevo Toulouse y Angela Merkel pidiendo perdón, ahora por las concentraciones masivas en vísperas de los encierros demasiado dilatados). Todo depende del estudio científico irreprochable que se esgrima.

3) Efectos secundarios del confinamiento. Se aplica virtudes religiosas a los encierros, una penitencia que será recompensada con la salvación, emparentada etimológicamente con la salus latina. Hay precedentes de secuelas dolorosas, los americanos dejan de volar tras los atentados del 11S. Durante los tres meses siguientes de 2001, se multiplican las víctimas mortales en la carretera.

4) La pandemia vírica se ve empeorada por la panemia económica. Las crisis se viven siempre en presente, y los efectos brutales sobre la distribución desigual de la riqueza o la educación estratificada por ingresos empiezan a amanecer.

5) Mascarillas al aire libre. La prenda era superflua cuando no había bastantes, indispensable después, y de nuevo prescindible cuando Joe Biden o el sumo sacerdote Anthony Fauci sorprendieron en su abordaje de la etiqueta de la pandemia.

6) Supercontagiadores. El gran misterio del dos por ciento de los pacientes con un poder sobrenatural de transmisión.

7) El macroexperimento de la vacunación con el género humano. Como diría la esposa del obispo, «esperemos que AstraZeneca no sea un derivado del macaco, y si lo es, sobre todo que no se difunda».

Durante más de un año, un ramillete de axiomas cuidadosamente seleccionados han adquirido la categoría de irrebatibles. Ahora bien, si la ciencia no se puede discutir o falsar en la jerga de Popper, resulta estéril y jamás cumplirá sus objetivos. Haber empezado con Unamuno obliga a concluir bajo el mismo magisterio. «La ciencia es algo vivo, en vías de formación siempre». De ahí que el ser humano parchee las catástrofes sin acertar a resolverlas a la entera satisfacción de los usuarios.

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