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Daniel Capó

Las cuentas de la vida | ¿Un virus de laboratorio?

La tesis de un virus diseñado en un laboratorio crece entre las sospechas estadounidenses

¿Un virus de laboratorio?

Ross Douthat, desde las páginas de The New York Times, planteaba hace unos días las implicaciones que tendría para la política internacional americana demostrar que la covid-19 se originó en un laboratorio de Wuhan. No se trata de una teoría descabellada. El propio Biden ha concedido al espionaje norteamericano tres meses para intentar desentrañar el misterio de los orígenes de un virus que ha provocado millones de muertos y una caída económica mundial con escasos precedentes. Por supuesto, pensar que el virus salta al hombre en un mercado poco higiénico de China tiene consecuencias sobre la imagen de modernidad que nos hacemos de un imperio tecnocrático como el chino, capaz de desarrollar armas supersónicas y lanzaderas espaciales, pero no de modernizar el día a día de sus ciudadanos. Sin embargo, otro asunto sería –como apunta Tyler Cowen– si el fallo fuera humano y, por tanto, el virus, previamente modificado, hubiera escapado de unas instalaciones teóricamente vanguardistas pero que en realidad no se encuentran a la altura de los protocolos de seguridad internacionales. En ese caso, no se trataría de un problema de estándares en la calidad de vida del ciudadano medio, sino de un déficit de protección en el corazón mismo de una tecnología vanguardista de la cual presumen. Que China es un imperio creciente no cabe duda, pero en este último caso se trataría de un imperio que dista mucho de encontrarse a la altura científica y productiva de Occidente. El dato de que las vacunas basadas en ARN tengan todas un sello alemán o norteamericano evidencia que este escalón tecnológico todavía existe.

Pero, si se demostrara finalmente que el virus escapó de un laboratorio, se plantearía además otro inquietante escenario, como es la desconfianza del hombre de a pie hacia las instituciones, que en cierto modo hemos podido constatar estos días con el rechazo de los docentes a la recomendación oficial de vacunarse con una segunda dosis de la vacuna distinta a la primera; una prevención, por otra parte, más que comprensible. De hecho, la catarata de informaciones confusas y contradictorias sobre la covid que han difundido los gobiernos provoca asombro. Desde negar inicialmente la gravedad del virus –comparándolo con la gripe estacional, a pesar de las evidencias que nos llegaban de Asia y de Italia– hasta no recomendar el uso de mascarillas para después hacerlo obligatorio, y así un largo etcétera. Por supuesto, a veces esta confusión resulta excusable por el desconocimiento que se tenía de la enfermedad; pero, en otras ocasiones, no. Gracias a Dios, la ciencia –mediante las vacunas– ha venido a rescatarnos y nos ha permitido mirar hacia el futuro con relativo optimismo.

El tiempo esclarecerá el origen de un virus que ha marcado el inicio del siglo XXI de un modo radicalmente distinto al atentado de las Torres Gemelas o al crash de 2008; un inicio muy deudor en ambos casos de conflictos y decisiones tomadas en el siglo XX. Las medidas económicas y políticas adoptadas por los Estados Unidos y la UE, la ingente inversión en I+D, el experimento monetario puesto en marcha por los bancos centrales o el desafío planteado por China y Rusia al statu quo occidental han abierto la caja de interrogantes de los próximos treinta años. Y, en este contexto, el origen del virus maldito constituirá un episodio especialmente relevante en la elaboración de un relato llamado a movilizar nuestra época.

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