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¿Tendría futuro Pedro Sánchez en la empresa privada?

Imaginen que Sánchez es el primer ejecutivo de una de las empresas del IBEX-35 y pregúntense seguidamente si después de 36 meses en dicha empresa (es el tiempo que lleva de presidente del Gobierno) conservaría su puesto de trabajo o ya lo habrían despedido. Aunque cada uno tendrá su opinión, la mía es que ya lo habrían despedido. Ya sé que muchos de ustedes tendrán serias dificultades para fantasear viendo a Sánchez ocupando ese cargo, pues su currículum y las sombras de sospecha que se ciernen sobre él dificultan seriamente situarlo en esa posición. Pero mi intención es explicarme el hecho insólito de que alguien que muy probablemente habría sido despedido de su empresa siga siendo presidente del Gobierno de España. Permítanme dos observaciones generales antes de abordar el tema central.

Hay claras diferencias entre la política y la empresa en lo tocante a frente a quien se responde por el trabajo ejecutado: el político ante los electores y el primer ejecutivo ante la corporación en la que presta sus servicios. A primera vista podría pensarse que el electorado, como portador del interés general, debería ser mucho más severo y exigente con sus «servidores» (los políticos) que el empresario con el principal ejecutivo que gestiona sus intereses, que por muy importantes que sean, no dejan de ser privados. Pero las cosas distan mucho de ser así, porque hoy, entre los políticos y el electorado, hay una estructura intermedia, la «partitocracia», que ha modificado las reglas del juego. Como ha escrito recientemente el profesor José María Asencio, «lo primero que valora un político ante cualquier decisión es lo que interesa a sí mismo y a su partido… Y luego, en segundo lugar, lo que conviene al interés general. Por este orden. De ahí que vivamos en una permanente campaña electoral». Y añade: «Lo primero es captar votantes y lo secundario, hacer lo debido».

La segunda reflexión es que en la actividad privada existe un fuerte control sobre los resultados de la actividad de cada trabajador: a mayor responsabilidad, mayor exigencia. La actividad privada es, por otra parte, un mundo de hechos y de realidades, por lo cual hay muy poco espacio para las palabras y los dichos. La empresa se enfrenta a diario con el mundo del ser, mientras que una parte importante de nuestros políticos –y entre ellos Sánchez- navega placenteramente por el mundo del «deber ser».

Pues bien, soy de la opinión de que Sánchez hace ya mucho tiempo que habría sido despedido tanto por sus desaciertos en la gestión como por su aditiva dedicación a hablar más que a hacer.

En efecto, entre los principales problemas de España a día de hoy la inesperada pandemia de la covid-19 y su influencia en el ámbito sanitario, económico y social ocupa la posición primordial. Desgraciadamente esta enfermedad ha repercutido de manera muy negativa en los problemas que ya teníamos planteados, pero agravándolos, como por ejemplo, el elevadísimo paro, especialmente el juvenil, el fuerte endeudamiento público y el aumento elefantiásico y descontrolado de los gastos corrientes, pero no para hacer nuevas inversiones, sino para sufragar el asfixiante sector público. Y si de España pasamos a los problemas particulares de las empresas, además de la influencia en el ámbito privado de todo lo anterior, la ralentización que sufrió nuestra economía como consecuencia de las restricciones originadas por la pandemia ocasionó una importante rebaja de los ingresos de las empresas con la consiguiente falta de liquidez, lo cual provocó que muchas organizaciones empresariales fueran entrando en cadena como en una caída de las fichas del dominó (porque la marcha de unas afecta a las otras) en una situación de crisis económica que produjo una importante reducción del PIB y una fuerte destrucción de empleo.

No es exagerado afirmar que para cualquier persona sensata la situación actual de España es como para echarse a temblar. ¿Y qué hace Sánchez? Pues escaparse del incómodo 2021 e irse a revolotear, como la Campanilla de Peter Pan, al año 2050. Lo cual, siendo inimaginable en la empresa privada (el primer ejecutivo de una empresa en tiempos de crisis jamás hablaría a los accionistas de los planes para el 2050 sin afrontar primero los problemas del ejercicio de 2021), es, en cambio, perfectamente posible en política al menos mientras se cuente con el apoyo de los electores.

Por lo demás, la evasión al 2050 se hace siguiendo la técnica de la intriga: anuncio previo y documento posterior. Primero sale a los medios Iván Redondo para anunciarnos en un artículo periodístico la próxima publicación de un documento titulado España 2050. Lo que se nos anunciaba en el artículo suscitaba ya alguna perplejidad porque decía textualmente: «Ni somos tan pocos, ni estamos tan aislados ni somos tan frágiles. La comunidad llamada España sigue siendo posible». Lo cual invitaba a preguntarse de inmediato: pocos ¿comparados con quién?, aislados ¿con respecto a quién?, y frágiles ¿confrontados con quién? Y, tras estas afirmaciones tan poco rigurosas y evanescentes, se formula la sorprendente conclusión de que «la comunidad llamada España es posible». Agradezco tal aseveración, pero lo que me sorprende es que haya alguien que pudiera pensar seriamente que España con tantos siglos de Historia podía no ser posible.

El pasado jueves compareció Pedro Sánchez para desvelar las líneas esenciales del documento España 2050. Los sueños de Sánchez, como se recoge en la portada del día siguiente de ABC, son: «Una herencia pública a los jóvenes para comprar una vivienda o montar un negocio; más impuestos verdes y una renta climática para las clases bajas; ganadería extensiva y menos consumo de carne; suprimir los vuelos cortos y todos en tren; jornada laboral de 35 horas; atraer a 5,5 millones de inmigrantes para cumplir los objetivos». ¿Tanto esfuerzo y tantos recursos para esto? Tengo para mí que se trata de un nuevo «parto de los montes» y, como en la fábula de Esopo, Sánchez parió un ratón, cosa que justificaría su despido si hubiera hecho algo parecido en la empresa privada.

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