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Pedro Coll

Con sólo aguja e hilo

'Viva Cuba libre', La Habana, 2015. Pedro Coll

Recordando a Néstor Almendros*

No es raro encontrarse por las calles de la ciudad a equipos formados por fotógrafos, modelos, estilistas, rodeados de llamativa parafernalia técnica. A menudo, el trabajo que están realizando no precisa de tanto despliegue de medios, sin duda aquello podría hacerse con mayor simplicidad.

Eric Rohmer, director de culto del cine francés, solía ironizar sobre el habitual exceso de equipamiento técnico en muchas producciones. Un amigo me contó que una vez vio cómo, en un rodaje en una calle de París, Truffaut utilizaba una simple cartulina blanca para iluminar un primer plano del rostro de Jeanne Moreau. Aquella anécdota quedó grabada en mi cerebro, confirmando que más rápido se aprende viendo que leyendo y que resultados excelentes se pueden conseguir sólo con aguja, hilo… e imaginación.

En Días de una cámara (Seix Barral, 1982) Néstor Almendros consigue dos objetivos diferentes: nos habla de su vida, de sus experiencias, de personajes con los que tuvo la oportunidad de trabajar y, además, nos da unas lecciones magistrales de cómo conseguir el máximo utilizando el mínimo en la técnica de la iluminación, unos consejos que podrían extrapolarse a la vida misma. Días de una cámara es un libro importante, posiblemente difícil de encontrar hoy, es un libro que debería ser leído por todo aquel que se dedique a estas dos cosas inseparables que son la imagen y la vida. Siendo ya Néstor conocido por su aportación en películas firmadas por Rohmer y Truffaut, destacados exponentes de la ‘nouvelle vague’, llegó el día en que el norteamericano Terrence Malick le llamó para ofrecerle la dirección de la fotografía de Days of Heaven, a rodar en Canadá. Era 1978 y representaba su salto al cine norteamericano. Como era de esperar, se encontró con un espectacular equipo de iluminación, millones de vatios a su disposición. Sin dudarlo, renunció a todo y pidió que simplemente le facilitaran reflectores y difusores con los que modular la luz natural. Era el lenguaje que él dominaba, sencillez y naturalidad. Los técnicos norteamericanos se quejaron a Malick ante tal falta de profesionalidad, pero Malick apostó por Almendros, le había llamado porque admiraba su estilo. Days of Heaven acabó recibiendo el Oscar (1978) a la mejor fotografía. Almendros dejaría la marca de su exquisita personalidad estética en títulos como El pequeño salvaje, La historia de Adele, Mi noche con Maude, La decisión de Sophie, Kramer contra Kramer y El lago azul, por estas tres últimas también nominado para el Oscar.

Detrás de toda imagen, al margen de su contenido e intención, existen interesantes anécdotas que permanecen guardadas en la memoria de su autor y acaban formando parte de su más íntimo patrimonio vital, a veces tan interesantes o más que la imagen misma. En Días de una cámara, Néstor Almendros aprovecha para compartir sus vivencias personales y esa filosofía minimalista que impregna su trabajo. Por cierto, Cartier Bresson, otro espartano de la imagen, con una pequeña Leica y dos lentes nos dejó narrado todo un universo. A él debemos la conclusión de que ‘fotografiar es vivir’.

Por último, sugiero que la fotografía que ilustra este texto sea ‘leída’ con atención. Pienso que retrata el resultado final de un proceso revolucionario que arrancó con ilusión. Y también explica la decepción histórica de un pueblo dolido y agotado después de más de sesenta años de ir en pos de un paraíso prometido que nunca se les dio. Todo ello condensado en una minúscula fracción de segundo, aguja e hilo en estado puro. A veces, el tópico de ‘la imagen y las mil palabras’ puede llegar a ser cierto.

*Néstor Almendros. Barcelona, 1930. Su padre, prestigioso pedagogo, se exila en Cuba en 1939. En La Habana se licencia en Filosofía y Letras y comienza su carrera como director de fotografía. Descubierto a mediados de los 60 por Truffaut y Rohmer, acaba dejando su sello personal en films históricos. Fallece en Nueva York, en 1992.

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