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Miguel Vicents

El mensaje de Wally

El avistamiento de una ballena gris del Pacífico en Mallorca se convirtió el jueves en un acontecimiento excepcional y trágico. En primer lugar por lo insólita que resulta la presencia en nuestras costas de este gran cetáceo, tras una inexplicable odisea sin retorno que los científicos aventuran que pudo llevarle de las costas de California al Mar Bering, para después adentrase en el Atlántico norte, viajar hasta el sur de Europa y tener la mala suerte de atravesar el estrecho de Gibraltar, la puerta de entrada a nuestro mar sin mareas y probablemente su tumba, si antes no logra encontrar el camino de vuelta. Aún así, al borde de su fin, sin posibilidad de hallar alimento, buscando la seguridad de las aguas quietas y poco profundas de la bahía de Santa Ponça donde recuperar el aliento, sin apenas fuerza para desaparecer de nuestra vista en una rápida inmersión, Wally desprendía todavía una belleza descomunal en cada movimiento, dejando sin palabras a todos los que se acercaron a la costa para ser testigos de un momento tan singular.

Y en su partida, de nuevo mar adentro, al alejarse de los focos y de todas las pequeñas embarcaciones que la siguieron durante más de doce horas en Mallorca, también nos recordó un mensaje que ya dejó escrito Herman Melville en su novela canónica: «No hay locura de los animales de este mundo que no quede infinitamente superada por la locura de los hombres». Los científicos lo tradujeron después con otras palabras más concretas. Nuestras generaciones son las primeras en contemplar los efectos del cambio climático en directo. Wally es solo una señal de la locura a la que poco a poco asistiremos si no damos un golpe de timón a nuestras políticas medioambientales y a nuestra forma de estar en el mundo, empezando por el entorno más cercano.

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